Aniversario del Asesinato del Padre Mugica.

Publicado: 11 may 2018
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Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació en Buenos Aires el 7 de octubre de 1930, en el seno de una familia acomodada. A los 21 años Carlos dejó la carrera de Derecho para ingresar en el seminario, y hasta ahí todo suena bastante convencional: la suya podría ser la historia del “llamado vocacional” de cualquier cristiano. Pero no, no fue el caso de Mugica. Por su vida pasaron diferentes sucesos -lecturas, influencias, reflexiones- que operaron una profunda transformación.

 

Mugica fue ordenado sacerdote por el cardenal Antonio Caggiano el 20 de diciembre de 1959 en la Catedral de Buenos Aires. Junto con Mugica fue ordenado Luis Rivas, más tarde biblista reconocido que lo ayudaría trece años después en la elaboración de un documento de descargo.

En 1954 comenzó a trabajar con fervor en la asistencia de familias empobrecidas desde la parroquia porteña de Santa Rosa de Lima, acercándose cada vez más al peronismo y a algunas ideas de Ernesto Che Guevara, Camilo Torres y Hélder Cámara, a quienes mencionaría más tarde como «profetas de nuestro tiempo».

Fue uno de los 270 sacerdotes que el 31 de diciembre de 1967 adhirieron al mensaje de los 18 Obispos del Tercer Mundo, número que meses después alcanzó 400 que desde abril de 1968 decidieron llamarse Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo  y conformaron un Comité organizador.

Para describir su cambio ideológico siempre contaba,»el día que cayó Perón fui, como siempre, al conventillo, y encontré escrita en la puerta esta frase: ‘Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas’. Mientras tanto, en Barrio Norte se habían lanzado a tocar todas las campanas y yo mismo estaba contento con la caída”. El cura continúa aclarando: “Eso revela la alienación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que tenía entonces, y también la Iglesia en la que militaba, aunque ya por esa época muchos sacerdotes vivían en contacto con su pueblo”.

Aunque nunca apoyó en forma directa la lucha armada, solía aclarar que en América Latina existía una violencia institucionalizada: la violencia del hambre. Jamás se cansó de insistir en la necesidad de radicalizar el compromiso y cambiar las cosas de raíz. Hablaba, ya en los ‘60, de la “patria grande”. Y hasta llegó a decir en el programa de Bernardo Neustadt que el socialismo “es el régimen que menos contraría la moral cristiana”.

El padre Carlos Mugica fue asesinado el 11 de mayo de 1974, cuando, después de celebrar misa en la iglesia de San Francisco Solano –situada en la calle Zelada 4771, en el barrio de Villa Luro–, se disponía a subir a su humilde Renault 4-L.

Un oscuro personaje –el comisario Rodolfo Eduardo Almirón, el jefe de la «Triple A» lopezrreguista– bajó de un auto y le pegó cinco tiros en el abdomen y en el pulmón, y el tiro de gracia se lo dió en la espalda.

Mugica tenía ángel o carisma, se hacía querer, incluso por sus enemigos, pero en especial por los humildes para quienes trabajaba codo a codo y día a día. Era de temperamento apasionado, calentón como suele decirse en la calle. Pero luchaba con sus ideas, sin más armas que su crucifijo y su manera combativa de entender su sacerdocio. Incluso, él mismo reconoció en más de una oportunidad haber sido arbitrario e injusto.

Pero para quienes lo conocían de cerca seguía siendo Carlitos, el que en lugar de defender a los pobres vivía a su lado, predicando con el ejemplo. Cuando el padre Jorge Vernazza le dio la extremaunción, sus últimas palabras fueron: «Nunca más que ahora debemos estar unidos junto al pueblo». En algún momento tuvo que elegir entre la política y el sacerdocio, pero siempre eligió seguir llevando los hábitos. Por lo que a nadie asombró cuando rechazó la candidatura a diputado que le ofreció el FREJULI en 1973.

Para los curas villeros, a “Mugica no le arrebataron la vida” porque “su martirio, más que una sorpresa, fue la consecuencia de un modo de vivir: una vida ofrendada por sus hermanos más pobres”. De allí que entiendan que “el mejor camino para entender al padre Carlos sea amar a los pobres, tener amistad con ellos”. Dicen también que “el martirio del padre Carlos se volvió un símbolo para todos nosotros” porque “a la devoción creyente que le tenemos se suma la luz que arroja su figura sobre todos los que luchan y trabajan por un mundo más justo y humano. Mugica como símbolo se dio casi espontáneamente, aconteció. Se convirtió en un icono de la lucha por la justicia social”.

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Señor: perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
Señor: perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor: perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor: perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre’ y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz.”

Carlos Mugica
(Meditación en la Villa, 1972)

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