Cómo hacer frente al estrés

Publicado: 09 jul 2014
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Palpitaciones, ataque de angustia, sudoración, estado depresivo? Llegó el límite, el «no va más», el famoso estresazo.
Todos lo avizoran como inminente en aquel que no para y sigue y sigue, apurando siempre la vida sin percatarse de su propia humanidad. Nadie siente sorpresa cuando quien hace las cosas como si lo estuvieran corriendo de atrás cae fulminado, un día, por el síndrome más famoso de nuestra moderna sociedad.

Se sabe: el estrés no es el culpable, sino su cronicidad artificial. El estrés se diseñó para soportar peligros y generar repentinas fuerzas ante también repentinas situaciones duras, como el ataque de alguna fiera o un incendio. Cuando nos estresamos, generamos más energía, focalizamos objetivos para atravesar el peligro sin titubeo, no pensamos demasiado sino que actuamos de forma acorde con la situación que nos obliga a dar lo máximo de nosotros.

Posiblemente alguna mente brillante, muchos años atrás, descubrió que generando artificialmente condiciones de estrés, la producción se multiplicaría en las fábricas, oficinas y otros espacios laborales en los que el beneficio se acrecienta a partir de «darlo todo» en la labor. Así se crearon competencias y precariedades que propiciaban que la vivencia cotidiana tuviera cierta dosis de temor.
En ese clima poco amigable, surgió la idea de que, si la persona se detiene en su productividad, «lo pasan por encima» y puede perder su lugar laboral, social o afectivo.
Esa mirada se volvió cultura, y se naturalizó de tal forma que hoy el estrés crónico es algo a lo que se le ofrecen paliativos, pero no se lo pone en tela de juicio como estímulo cotidiano para seguir.

De hecho, el estrés genera una suerte de adicción, ya que muchos creen que, sin él, quedarían vacíos, carentes de energía vital, indefensos, víctimas del peor de los desganos. Es así que buscan situaciones que los «desafíen» en un sentido casi bélico de la cuestión, como si competir contra esos desafíos fuera la única fuente posible de energía «gánica».

El estresazo es entonces el «basta». Llega cuando cuerpo y mente se ponen de acuerdo para decir que así la cuestión no funciona. Suele generar enorme angustia, riesgo físico (por ejemplo, algún problema cardíaco) y venir acompañado de algún quebranto psicológico de diversa intensidad. A veces el quebranto es grave y hay que apelar a la medicación para sanarlo, otras no lo es tanto, y con vacaciones, psicoterapia y una maduración emocional que ponga las cosas en su lugar es suficiente para dejar de tratarse a uno mismo como un objeto y poder, en todo caso, plantarse de otra manera frente a la propia vida.

Los amores también tienen su estrés crónico. La montaña rusa de muchas parejas discutidoras genera esa adrenalina que en muchos es hoy sinónimo de vitalidad. Claro: luego no saben por qué se agotan, se deprimen, se aburren, se gastan? Es que el estrés se transforma en un estilo de vida basado en la crispación, con breves estados de reconciliación que, por maravillosos que a veces sean, no dejan de ser efímeros.

La serenidad, por su parte, es vista como aburrida por muchos; mientras que la quietud es percibida como un vacío mortal y la paz mental, una utopía hindú?

Con estas ideas acerca de aquello que no depende de la adrenalina para existir, es casi lógico que existan tantos estresazos.
Ese punto final, esa suerte de «basta», sacude los cimientos de la existencia, ofreciendo un momento difícil, pero también una oportunidad para salir de la espiral de la adrenalina perpetua. Abre la puerta a despertar y explorar nuevas formas de ver y vivir las cosas, más sanas y, sin dudas, mucho más interesantes.

El autor es psicólogo, psicoterapeuta y Coordinador General del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano.
Fuente: Miguel Espeche.