Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia.

Publicado: 24 mar 2022
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La última dictadura cívico-militar (1976-1983) reprimió ferozmente a toda forma de oposición política, social y sindical.
Su brazo ejecutor fueron las Fuerzas Armadas y de Seguridad, pero existió una extensa cadena de complicidades civiles, en particular del ámbito eclesiástico y empresarial.
Para llevar adelante el plan represivo se montaron a lo largo de todo el territorio nacional cientos de centros clandestinos de detención donde miles de personas permanecieron secuestradas de manera ilegal y por tiempo indeterminado, sometidas a tormentos de diversa índole.
A partir del 24 de marzo de 1976, la desaparición forzada de personas asumió un carácter sistemático y la difusión del terror a escala social se convirtió en política de Estado.
Además, las fuerzas civiles que concurrieron en este golpe de estado, entre otras cosas, multiplicaron por diez el endeudamiento de nuestro país ante los acreedores internacionales., destruyeron el aparato productivo, hicieron del poder financiero la actividad predominante, concentraron toda la economía en muy pocas manos, estatizaron las deudas de cientos de compañias privadas «amigas» y se las pasaron al pueblo argentino, etc…etc…
Comenzaba así el capítulo más sangriento de la historia reciente argentina, cuyo saldo serían miles de personas asesinadas y desaparecidas, más otras tantas condenadas a la prisión política o al exilio.
En esa Argentina era posible reconocer dos tipos de violaciones a los derechos humanos: las “abiertas”, resultantes del aparato jurídico-legal represivo; y las “encubiertas” o “violaciones de hecho, por el abuso de poder, arbitrariedad y el “terrorismo de Estado”
Aunque siempre existió resistencia por «debajo», el 30 de marzo de 1982 con la consigna “¡Pan, paz y trabajo!” la movilización impulsada por la CGT fue brutalmente reprimida incluso con caballería.
Más de mil trabajadores detenidos, enfrentamientos callejeros con la policía, barricadas y 50 mil personas movilizadas en las calles de todo el país.
La columna avanzaba al grito de “¡Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar!” y “¡El pueblo unido jamás será vencido!”.
El 2 de abril de 1982, tres días después de la primera huelga general lanzada contra la dictadura en el contexto de la severa crisis política, económica y social, la Junta Militar ordenó el desembarco de tropas en Malvinas, entreviendo que un conflicto con el Reino Unido a causa del histórico reclamo nacional le permitiría no sólo tramitar esta crisis interna sino incluso reposicionarse para plantear las condiciones de su propia sucesión. El conflicto derivó en una guerra y la derrota en la guerra, en el principio del fin del terrorismo de Estado en Argentina.
«Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también». La frase de las Madres de Plaza de Mayo, que había sido acuñada también en distintas organizaciones de exiliados argentinos para intentar posicionarse respecto al conflicto desencadenado en el Atlántico Sur, sintetizaba algunas de las tensiones que ponía en juego la guerra.
En efecto: ¿cómo pensar una guerra que apelaba a un reclamo justo y legítimo de soberanía pero que era librada por una dictadura que había impuesto el terrorismo de Estado en Argentina?
El 70% de los soldados que participaron en la guerra de Malvinas eran conscriptos. Muchos de ellos tenían entre 19 y 20 años y provenían de distintas regiones del país, con climas completamente distintos al que debieron afrontar en las islas.
Combatieron con mucha valentía en condiciones adversas debido a la enorme improvisación de los responsables de la conducción política y militar.
Durante el conflicto bélico, murieron 649 argentinos y resultaron heridos 1093.
La guerra duró 74 días (hasta el 14 de junio).

La derrota de Malvinas provocó una profunda crisis en el régimen militar. El desgaste del gobierno se aceleró y Galtieri renunció en julio de 1982.

En sus más de cuarenta años de lucha los organismos de derechos humanos han tenido logros que no han sido pocos.
El más ostensible, el de las Abuelas de Plaza de Mayo, el que se abraza y emociona, es la restitución de su identidad a 130 personas. la posibilidad de saber quiénes son, el nombre de su madre, el de su padre. Conocer a sus abuelos y primos. Desandar el camino del olvido para llenarlo de memoria.
Ha habido otros, por supuesto, como el haber forzado la búsqueda de técnicas para resolver el problema de la identificación de esas nietas y nietos que estaban buscando (Índice de abuelidad), o la creación del Banco Nacional Argentino de Datos Genéticos de Familiares de Chicos Desaparecidos. También la inclusión de los Artículos 8 y 9 a la Convención de los Derechos del Niño, que procuran evitar que a los hijos de desaparecidos y a los hijos de madres en estado de indefensión social se les arrebate la identidad.

En este año 2022, tras dos años de desmovilización producto de la pandemia, el pueblo vuelve a las calles a reiterar los mismos principios de Memoria, Verdad y Justicia y de Nunca Mas a estos experimentos fascistas que solo han dejado muerte, destrucción de la sociedad, pobreza y deuda externa.

Recordando a los 30 mil desaparecidos que, por oponerse al modelo que toda la vida ha entregado la Argentina a los buitres externos, fueron víctimas de un plan sistemático de exterminio, tortura y exilio.

¡Nunca mas!  Los argentinos queremos elegir siempre nuestro destino, aún con marchas y contramarchas.