Jorge Cafrune, 44 Años de su «Partida».

Publicado: 31 ene 2022
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Nació el 8 de agosto de 1937 en la estancia “La Matilde” de El Sunchal, Perico, en el noroeste del departamento El Carmen, a 35 kilómetros de la capital provincial San Salvador de Jujuy. Hijo de José Jorge y Matilde Argentina Herrera, se crió en esa familia mezcla de criollos y antepasados de orígenes árabes (sus abuelos eran inmigrantes Sirio-libaneses).

Realizó sus estudios secundarios en la capital jujeña y estudió guitarra con Don Nicolás Lamadrid.

A los 18 años se radicó con su familia en Salta, formando allí el grupo “Las Voces del Huayra” junto a Gilberto Vaca, Luis Alberto Valdez y Tomás Campos; en 1957 grabaron su primer disco para la compañía discográfica salteña H. y R., y realizaron una gira compartiendo espectáculo con el pianista Ariel Ramírez, por Mar del Plata, La Plata, Tandil y varias provincias. Luego se produjo un paréntesis en su carrera musical porque cumplió con el servicio militar obligatorio.

Formó el grupo “Los cantores del alba” junto a Javier Pantaleón, Tomás “Tutú” Campos y Gilberto Vaca pero al poco tiempo inició su carrera como solista.

Debutó televisivamente en Canal 4 (Monte Carlo TV), el histórico canal uruguayo, en medio de una gira que incluyó varias presentaciones en Brasil.

En 1962 impactó con su actuación en el programa de TV que conducía el poeta Jaime Dávalos, al poco tiempo se consagró como revelación del festival de Cosquín por elección del público y, desde ese momento, comenzó a convertirse en un artista sumamente popular actuando en radio, TV y teatro y realizando presentaciones por todo el país.

El 31 de enero de 1965 en la última luna coscoína, durante su actuación hizo subir al escenario mayor a Mercedes Sosa, relegada por las autoridades y organizadores por razones políticas, el Turco Cafrune manifestó en ese momento al público presente: “Yo me voy a atrever, porque es un atrevimiento lo que voy a hacer ahora, y voy a recibir un tirón de orejas de la Comisión (por los organizadores del Festival), pero qué le vamos a hacer, siempre he sido así, galopeador contra el viento. Les voy a ofrecer el canto de una mujer purísima, que no ha tenido oportunidad de darlo y que, como les digo, aunque se arme bronca, les voy a dejar con ustedes a una tucumana: Mercedes Sosa”.

El mítico cantautor José Larralde decía de Cafrune: “nos hicimos bastante amigotes, fue un hombre honesto, cabal. Me grabó los temas Sin Pique y Permiso, sin conocerme, y cuando los interpretaba decía son poesía de un chango de Huanguelén, para promocionarme. Lo conocí en mi pueblo, en un recital y me hizo subir al escenario a cantar toda la noche, estaré agradecido al turco toda mi vida”.

En 1967 Cafrune realizó un homenaje al recordado caudillo riojano Chacho Peñaloza, recorriendo el país a caballo, llevando su arte y su palabra a lo largo y ancho de nuestra patria.

Entre 1972 y 1974, Jorge Cafrune formó un dúo con el niño Marito (al que conoció en el Festival del Canto Argentino de Balcarce) con quien grabó discos e hizo varias giras por el país y Europa.

El éxito en España fue extraordinario y Cafrune llegó a radicarse allí por varios años, formando incluso pareja con la ibérica Lourdes López Garzón (de esa unión nacen Facundo y Macarena) recordemos que su primer matrimonio fue con Marcelina Amalia Gallardo (la madre de Yamila, Victoria, Zorayda Delfina y Eva Encarnación).

Regresó al país en 1977 por el fallecimiento de su padre. Se vivían tiempos difíciles en nuestra patria, quizás los más oscuros de nuestra historia, gobernaba una cruel y sanguinaria dictadura comandada por el General Jorge R. Videla. Cafrune, a pesar de la amenaza, decidió quedarse en el país y continuar con sus shows y presentaciones.

Ese 31 de enero de 1978 estaba iniciando los 750 kilómetros desde la ciudad de Buenos Aires hasta Yapeyú (Corrientes) en un homenaje al General San Martín en el bicentenario de su nacimiento, en el que Jorge Cafrune iba a recorrer 35 kilómetros cada día, durante 25 jornadas. Era su aporte particular a lo que iba a ser un gran evento en Yapeyú, en el que iban a juntarse miles de hombres a caballo.

Esta suerte de gira era menos épica de la que Cafrune había emprendido en 1967, cuando unió las capitales provinciales desde La Quiaca a la Patagonia, ofreciéndole a la gente su voz en cada posta.

Ahora, el 31 de enero de 1978, estaba en la cúspide de su carrera: había llevado su música a las fronteras más lejanas (desde Tenerife hasta Nueva York) y había vuelto actuar pocos días atrás, después de seis años de silencio forzoso, en el emblemático festival de Cosquín, donde empezó su mito.

Pero esa marcha hacia Yapeyú no se iba a cumplir. La empezó en una Plaza de Mayo amistosa que incluyó una bendición del rector de la Catedral de Buenos Aires. Lo acompañaba Chiquito Gutiérrez, un compadre fiel. Primero cabalgaron secundados por centros tradicionalistas, después hicieron solos un tramo de la ruta 27 y, ya de noche, llegaron a la localidad bonaerense de Benavídez. Ahí ocurrió el «incidente».

Una camioneta los impacta y el Turco Cafrune tiene la peor parte: le fractura varias costillas y hay traumatismos en el tórax y la cabeza. Primero lo trasladan al hospital de Tigre y debido a la complejidad deciden llevarlo a un sanatorio especializado en el tórax en Vicente López, pero no resiste el camino.

El velatorio se realiza en la Federación de Box, debido a la cantidad de público que lo quiere despedir. La cremación se realiza en el Cementerio de la Chacarita.

En ese momento nace el mito, ampliado por una gran incerteza: ¿Fue un accidente o a Jorge Cafrune lo mataron?

Los que creen en la primera versión tienen un responsable muy claro: Héctor Emilio Díaz, el conductor de apenas 19 años que conducía, borracho y sin luces, la fatal camioneta. Se entregó, de hecho, al día siguiente en compañía de su papá, quien (aquí se generan las dudas) había hecho trabajos en el Ministerio de Bienestar Social que dirigió hasta 1975 José López Rega. 

Sí, el mismo López Rega que en el 73 había dicho: “Cafrune es más peligroso con una guitarra que un ejército con armas”. Como era menor de edad, Díaz fue absuelto.

Jorge Cafrune llevaba la historia de su patria y de la revolución sellada a fuego en prolífica familia.

Tal es así que el nombre de sus hijos daba cuenta de una fuerte ideología y compromiso políticos.

Su hija mayor Yamila recibe su nombre en honor a la famosa heroína de las revolucionarias argelinas contra la colonización francesa; lo mismo ocurre con su segunda hija, Eva, a quien se le da el nombre de la dirigente peronista y esposa del presidente Juan Domingo Perón, Eva Duarte. Por su parte, la hija menor, Encarnación, hereda el nombre de Encarnación Ezcurra, esposa del caudillo argentino Juan Manuel de Rosas. Por último, su hijo único hijo varón, Facundo, recuerda con su nombre al recio caudillo Facundo Quiroga.

En cierta ocasión, el célebre payador Atahualpa Yupanqui declaró en una entrevista en Cosquín: “el paisano argentino atesora en su corazón una cosa, a veces lejana y otras veces medio cerca, que es la esperanza”. Quizás ese sea el motivo por el cual le temían a Cafrune, este vocero del pueblo que sabía interpretarlo a la perfección. Y quizás también por eso, Cafrune fue, es y será uno de esos artistas a los que siempre se vuelve cuando lo que se busca es esperanza.

Yamila Cafrune, hija del primer matrimonio del folclorista y actualmente reconocida intérprete de ese género, cree también en que se trató de un accidente. No hay pruebas concretas para pensar lo contrario.

Jimena Néspolo, escritora e investigadora del Conicet, escribió un libro sobre el tema: “¿Quién mató a Cafrune? Crónica de la muerte de la canción militante”. En él presenta el panorama completo del caso, sumando testimonios inéditos de personas detenidas y sobrevivientes de la última Dictadura.

Como el de Teresa Celia Meschiatti, quien asegura que la muerte de Cafrune había sido decretada días antes, el 24 de enero del 78?, durante su osada intervención en el festival de Cosquín, a la que ya referíamos. En el testimonio de ella, quien fue secuestrada en 1976 en esa provincia y estuvo en el campo de detención de La Perla, se cuenta que estuvo presente ese día en el festival.

Esa noche, los militares habían llevado a mujeres secuestradas para que los acompañaran en la redada y así pasar desapercibidos. Caminando en las inmediaciones de la Plaza Prospero Molina escucharon que Cafrune estaba cantando: “Yo no sabía que cantaba Cafrune, pero escuchaba a un tipo que tenía una voz muy parecida – refiere- (…) Y ahí fue cuando alguien de ellos vino y dijo: ‘Está cantando Cafrune y está cantando cosas prohibidas’. Al lado mío estaba Villanueva, en el 78 ya era capitán, y él dice clarito, porque estaba al lado mío: ‘A este hay que matarlo porque no podemos dejar que esto se expanda, que empiecen a cantar canciones prohibidas’”.

Cafrune era, como él mismo se definía, un “galopeador contra el viento”, y esa noche no había sido menos. Desde 1972 que no cantaba en ese escenario, al que acudió con un repertorio de clásicos, algunos románticos, costumbristas, y otros cargados de fuerte contenido político: “El alazán”, “Virgen india”, etcétera…

Pero el público, ferviente y caluroso, necesitaba oír también otras canciones. Le pidió entonces dos que estaban en las listas negras de los militares: “El orejano” y “Zamba de mi esperanza” (prohibida, curiosamente, porque contenía la palabra “esperanza”).

“Aunque no está en el repertorio autorizado, si mi pueblo me la pide, la voy a cantar”, dijo el cantor ante una plaza que se estremecía en aplausos y la impotencia del sonidista, quien tenía la orden de silenciar los micrófonos si se violaba la censura.

No está claro en qué circunstancias abandonó el escenario: si antes de tiempo, para escaparse de las claras represalias, o vitoreado, con un gesto indulgente de los represores. Lo cierto es que pocos días después estaba en Buenos Aires galopando hacia su muerte.

La desaparición de Jorge Cafrune fue la sombra que anunció, definitivamente, los años más oscuros de la música popular, con el exilio de cientos de artistas, incluida Mercedes Sosa, su “ahijada artística”.

Pero también significó el ocaso de un sol que estaba en su punto más brillante, como lo demuestran sus últimos discos: “Cafrune en las Naciones Unidas” y “Yo le canto al litoral”, ambos de 1976.

Cafrune participó en las películas “Cosquín, amor y folklore” (1965) de Delfor María Beccaglia, “Ya tiene comisario el pueblo” (1967) de Enrique Carreras, “El cantor enamorado” (1969) de Juan Antonio Serna, “Argentinísima” (1972) de Fernando Ayala y Héctor Olivera y, post mortem, en “El canto cuenta su historia” (1978) de los mismos directores que la anterior.

Sus versiones de “Virgen india”, “El Orejano”, “No te puedo olvidar”, “Que seas vos”, “Zamba de mi esperanza”, “Coplas del payador perseguido”, “Cuando llegue el alba” y “Peón de Campo” son verdaderas joyas de la música popular argentina.

Jorge Cafrune está vivo en el alma popular, se ha convertido en un mito de nuestra cultura nacional, en pocas palabras: fue y será por siempre “el cantor del pueblo”.