40 Años del «Trote» de los Hinchas de Nueva Chicago.

Publicado: 25 oct 2021
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El 24 de octubre de 1981 la Policía Federal detuvo a 49 hinchas de Nueva Chicago por cantar la marcha peronista. Era la primera vez desde el 24 de marzo de 1976, cuando la dictadura llegó al poder, que se producía una expresión popular así.

Mataderos, barrio peronista por antonomasia y con una sólida base de activismo social y sindical desde siempre, vivía su fiesta gracias al fútbol.

Un Chicago ganador se perfilaba como puntero de la tabla de posiciones de la Primera B y lograría, dos semanas después, el ascenso a la A por primera vez.

Esa tarde, el fervor se justificaba porque el equipo le ganaba a Defensores de Belgrano 3 a 0. Pero lo que no permitió la policía fue que se cante lo que estaba prohibido. Así que hubo represión, golpes, corridas, insultos.
A la salida, los hinchas fueron obligados a trotar hasta la comisaría 42, a seis cuadras de la cancha.

En el camino, algunos vecinos abrieron las puertas de sus casas para esconder a quienes conseguían escapar. Otros vecinos fueron intimidados por los uniformados a meterse en sus viviendas y no mirar. La cifra oficial de detenidos es de 49: 40 quedaron en libertad a las pocas horas y otros 9 fueron a la cárcel de Devoto, de donde algunos salieron recién 30 días más tarde.

“Incidentes y detenidos, en una cancha de fútbol”, tituló en su tapa el diario Clarín al día siguiente.

“La Policía arrestó a 49 personas en Nueva Chicago por cantar la marcha peronista”, agregó. En sus páginas interiores podía leerse: “Personal uniformado de la Policía Federal procedió a detener a varios simpatizantes locales, sin que se advirtiera incidente alguno desde el palco de prensa. Cuando ya la policía llevaba hacia la calle a los arrestados, el público comenzó a corear “que los larguen”.

Todos los detenidos fueron ubicados en la vereda opuesta a la del estadio, con las manos en la pared. En el trayecto, los policías de a caballo ordenaron a viva voz al grupo de detenidos mantener el ritmo de marcha, en la seis cuadras que dista el estadio de la comisaría. Uno de los policías montados subió reiteradamente con su caballo a la vereda obligando a los curiosos (vecinos) a introducirse en las casas.

Por esas horas, la comisión directiva de Chicago denunció “el exceso de la intervención policial, que ha afectado las garantías constitucionales de esta institución” y aseguró que “el público se comportó correctamente, no existiendo causa que haya alterado el orden ni justificado la intervención policial que afectó al deporte en general”.

También pueden leerse quejas de hinchas. Uno de ellos aseguró que en el operativo represor hubo “policías de civil, con gorros de Chicago, que obedecían órdenes de un subinspector de la seccional 42, provocaron a nuestra parcialidad durante todo el partido”.

Otro dijo que “hubo violencia aplicada por un inspector, esta vez uniformado, de la misma comisaría, y su gente en la platea, arrestando a cuanta persona circulase por el lugar”.

“Un policía montado tomó de los cabellos a un menor, arrastrándolo hasta donde estaban los detenidos, los que sumaban cuarenta y cinco, y quienes fueron arreados como ganado, al trote y castigados por no acelerar la marcha durante las siete cuadras y media que hay hasta la comisaría 22”, se lee.

 

 

A la semana siguiente, Chicago visitó a Atlanta y a la vuelta la hinchada pasó por la comisaría. Muchos volvieron a tararear la introducción de la marcha pero se despacharon con la letra del conocido arroz con leche. Fue un gesto provocador y hasta cómico, pero que mantenía tintes de rebeldía ante un régimen que ya estaba en retroceso.

Ese 24 de octubre de 1981, la hinchada de Chicago dio muestra de su esencia de manera espontánea durante un partido de fútbol. Cansado del silencio y la censura, el pueblo de Mataderos dio, como siempre, otro grito de corazón.

 

Chicago y All Boys serán contrarios y formarán uno de los clásicos más importantes del ascenso, pero ambos comparten haber sido víctimas de violencia institucional en manos del mismo hombre.

El encargado del apriete en la cancha del ‘torito’ fue el sargento primero de Caballería, Juan de Dios Velaztiqui, quien después de eso se ganó bien el apodo de “el trotador”.

Velaztiqui volvió a la escena nacional en otros tiempos violentos de nuestro país: el 29 de diciembre de 2001, cuando asesinó a quemarropa a Maximiliano Tasca, de 23 años; Cristián Gómez, de 25, y Adrián Matassa, de 23.

Los jóvenes estaban viendo la televisión de un maxiquiosco en la esquina de Gaona y Bahía Blanca, en Floresta, y sólo les bastó con celebrar la paliza que estaba recibiendo un policía en la pantalla para que Velaztiqui les dispare y acabe con sus vidas.

El comisario quiso simular un enfrentamiento, moviendo los cuerpos y plantándoles un cuchillo, pero no pudo ocultar la verdad por la cual fue condenado a cadena perpetua. Hoy en día en el lugar hay murales con las caras de los jóvenes y escudos de All Boys por su simpatía por el club.

Bajo el trote y el gatillo fácil, Velaztiqui, sin querer, unió lo que el fútbol nunca pudo ni podrá.