Falleció Horacio González.

Publicado: 22 jun 2021
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Murió este martes Horacio González; nacido en 1944, era uno de los referentes intelectuales más importantes de la Argentina.
Sociólogo, docente, ensayista, profesor, militante: González fue uno de los más lúcidos pensadores argentinos del último siglo, poseedor de una prosa expansiva y laberíntica que custodiaba sus ocurrencias y argumentos.
El intelectual había llegado a la Biblioteca Nacional en 2004 por pedido de su amigo Elvio Vitali, quien apenas nombrado director lo convocó para desempeñarse como su segundo en el área junto al también historiador Horacio Tarcus.
Casi dos años después el entonces presidente Néstor Kirchner lo llamó a su casa para ofrecerle el cargo de director de la máxima institución cultural.
Una de las grandes astucias de González fue convertir a la Biblioteca en un espacio vivo con una agenda desplazada hacia expresiones asociadas a lo periférico o lo alternativo que nunca antes habían tenido lugar en la monumental estructura proyectada por Clorindo Testa, como la muestra dedicada en 2014 a «El Eternauta», la historieta creada por Héctor Germán Oesterheld o las que sucesivamente tuvieron como epicentro el universo artístico del «Indio» Solari, fundador de Los Redonditos de Ricota, o la producción poética y musical de Luis Alberto Spinetta, a quien en 2012 se le rindió homenaje con una exposición antológica.
González multiplicó la actividad pública de la Biblioteca con presentaciones de libros, paneles, ejercicios de relectura crítica, exposiciones, ciclos de reflexión y hasta jornadas de desagravio como la que dedicó al escritor Pablo Katchadjian, acusado por la viuda de Borges, María Kodama, de plagiarlo en su libro «El Aleph engordado». Fue una atípica velada que contó con la presencia del escritor César Aira, habitualmente renuente a la actividad pública, además del apoyo de más de 2.500 escritores editores y artistas entre los que se encontraban Edgardo Cozarinsky, Ricardo Piglia, Silvia Molloy, Josefina Licitra, Alan Pauls, Tamara Kamenszain y Gabriela Cabezón Cámara.
Polemista irremediable y protagonista de arrebatos que le valieron contrapuntos con otros intelectuales como Beatriz Sarlo, Horacio Tarcus y varios de sus compañeros de Carta Abierta, la agrupación a la que amenazó dejar de pertenecer en más de una ocasión.
Durante su gestión se inauguró el Museo del Libro y de la Lengua (2011), que estuvo a cargo de María Pía López primero y que ahora dirige María Moreno.
La formación intelectual del sociólogo y ensayista se consolidó con su ingreso a la facultad de Filosofía y Letras, que en los 60 funcionaba en un edificio ubicado sobre la calle Viamonte al 400.
Se sintió rápidamente atraído por la militancia universitaria y poco después se unió a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), la organización política y guerrilla urbana que lo obligó a permanecer clandestino por un tiempo.
Abandonó la agrupación para integrarse en 1971 al Movimiento Revolucionario Peronista, un grupo que luego se incorporó a la órbita de Montoneros.
El asesinato de Rucci partió las aguas y Horacio quedó del lado de la JP Lealtad y cuestionó la militarización y la lucha armada.
 
Comenzó a militar en una Unidad Básica en Flores, mientras vivía en una pensión, en una pieza con una cama de metal y una mesa desvencijada que constituían para su ideario el gesto de austeridad que demandaba la militancia.
Llegó a estar detenido durante seis meses y al salir en libertad no lo dudó: se exilió en Brasil, donde ejerció la docencia hasta que en 1983 decidió regresar a la Argentina.

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de San Pablo, publicó una veintena de obras que se ramifican en novelas, aguafuertes y ensayos, entre los que se destacan «La ética picaresca», «El filósofo cesante», «Retórica y locura», «Filosofía de la conspiración», «Perón: reflejos de una vida», «Paul Groussac: la lengua emigrada», «Las hojas de la memoria. Un siglo y medio de periodismo obrero y social», «Lengua del ultraje. De la generación del 37 a David Viñas», “Historia conjetural del periodismo”, «Genealogías. Violencia y trabajo en la historia argentina» y «Kirchnerismo, una controversia cultural». Sus objetos de indagación van desde el peronismo, la política, los contrapuntos intelectuales y el oficio periodístico hasta los taxis, a los que les dedicó un libro, «El arte de viajar en taxi. Aguafuertes pasajeras».

En los últimos años, González había recuperado el ritual intemporal de la lectura y escritura que tanto había añorado durante sus años de gestión pública.
En la casa de Boedo que compartía con Liliana Herrero, transcurrió largos meses resguardado a la espera de la primera dosis de la vacuna, que le fue aplicada en marzo pasado.
Fiel a su visceralidad, no se privó de señalar el oportunismo del horizonte farmacológico. «La vacuna es casi un talismán, pero también una mercancía del capitalismo. Es necesaria una fabricación y distribución más igualitaria. Pero en un momento de la humanidad en el que recibe la demanda de un mensaje igualitarista, hay razones en la forma política y económica en la que vivimos, que impide ejercer tal demanda», expresó días antes de ser inoculado.
El sociólogo estaba actualmente a cargo del departamento de publicaciones de la Biblioteca, un rol que el actual director, Juan Sasturain, le encomendó para retomar la incansable política de nuevas ediciones y rescate de textos olvidados que caracterizó su gestión. La labor, sin embargo, se vio interrumpida por la embestida paralizante de la pandemia.

González soñaba con volver a poner en marcha la usina de producción editorial, pero su fulgurante destino comenzó a apagarse en la noche del 19 de mayo, cuando fue trasladado al Sanatorio Güemes tras dar positivo de Covid.

Su salud había desmejorado en los últimos días cuando tuvieron que colocarle respirador y sedarlo desde el 11 de junio.  Este martes a los 77 años, por una infección intrahospitalaria tras superar el coronavirus, falleció.

Fuente: Télam