100 Años de la Radio en la Argentina.
Formó un grupo que terminó por ser bautizado como «Los Locos de la Azotea», con el que concretó la hazaña con la tecnología de la época y no pocas dotes de acrobacia para instalar una antena horizontal, como las de los radioaficionados, en la terraza del teatro Coliseo porteño, que conectaba con un primitivo aparato de transmisión y llegaba a través de un cable a un micrófono disimulado en la sala.
La aventura de aquellos «Locos», que transmitieron la ópera «Parsifal» de Richard Wagner (hay un registro grabado con la voz de Susini previo a la función que se puede oír en algunas recopilaciones) no solo deleitó a un puñado de poseedores de receptores «a galena», que obligaban al escucha al uso de auriculares, sino que inició el fin del silencio en la vida cotidiana de los porteños y luego de los argentinos en su totalidad.
Antes de la aparición de la TV y hasta fines de la década de 1950, escuchar la radio fue una de las ceremonias favoritas de la población, que aun en grupos familiares se reunía frente a aquellos receptores que con solo sonidos, música y palabras les permitían imaginar rostros, escenarios y lugares exóticos que de otro modo no iban a conocer.
En 1920 surgió la pionera de habla hispana Radio Argentina, seguida por Radio Prieto, Radio Cultura, Radio Fénix, Radio Porteña, Radio Municipal, Radio La Voz del Aire, Radio Splendid, Radio Stentor.
Pero también hubo otras como Radio El Abuelito, Radio La Abuelita, Radio Muebles Díaz -que emitía desde la mueblería famosa por su chalet construido en una terraza de Cerrito y Sarmiento-, Radio Cine París, Radio Mayo, Radio La Razón y Radio Centro Espiritista, que luego se llamó Sarmiento.
En 1935 apareció Radio El Mundo, que pronto fue líder y funcionaba en Maipú 555, donde ahora está Radio Nacional, en cuyo suntuoso auditorio los oyentes se agolpaban para ver a sus ídolos en carne y hueso en programas que generalmente no duraban más de 15 o 30 minutos (el formato de una hora fue impuesto luego por la TV).
Allí, locutores e intérpretes actuaban de pie frente a los micrófonos y se vestían de etiqueta, mientras esa y otras emisoras tenían sus propias orquestas típicas y populares estables, además de recibir la visita de artistas y agrupaciones que reunían los nombres de Niní Marshall, Luis Sandrini, Olinda Bozán, Aníbal Troilo, Francisco Canaro, el locutor Julio César Barton, Alberto Castillo, en una larga lista.
Un fenómeno particular fue el del radioteatro; hacia 1933, los elencos se multiplican y buscan su propio público, había romanticismo, unitarios y federales, bandidos rurales, nativismo, infantiles, misterio, aventuras en lugares remotos.
Las compañías respondían a los nombres de Francisco Mastandrea, Héctor Bates, Manuel Domínguez y Manuel Ferradás Campos, quien en 1937 contrata a una desconocida llamada Eva Duarte para trabajar en «Oro blanco».
Entre los años 40 y 50 competían los emprendimientos populares de Juan Carlos Chiappe («El gorrión de Buenos Aires», «Lito, el diariero de la esquina», «Nazareno Cruz y el lobo», «Fachenzo el maldito») con los intentos formativos de Armando Discépolo, que vertía su experiencia teatral con el elenco Radio El Mundo y sus versiones de la literatura universal y películas famosas.
En el «Teatro Palmolive del Aire», por La Voz del Aire, el galán Oscar Casco calificaba de «mamarrachito mío» a Hilda Bernard.
En paralelo con el peronismo y la cuestión del voto femenino aparecían autoras como Celia Alcántara («De mujer a mujer») y Nené Cascallar («Hogar de mujeres», «La chica de al lado», «Nosotras las mujeres»).
En la radio hubo de todo: libretos de hierro, publicidades en vivo, humor, fútbol, y desde que apareció la TV se la dio por muerta en numerosas oportunidades; desde las primeras transmisiones cuando nadie sabía que eran en AM, pasó por la FM, la onda corta y llegó a las plataformas digitales. Por el momento nadie puede aducir que no está viva.