12 de Abril de 1961. Yuri Gagarin, Primer Hombre al Espacio.
El 12 de abril de 1961 el primer teniente de la Fuerza Aérea de la URSS, Yuri Alexéyevich Gagarin (27 años), realizó en la nave Vostok el primer vuelo tripulado al espacio en la historia.
El hombre entró en un nuevo medio totalmente desconocido, enfrentándose a problemas y tareas que nunca se habían resuelto en la ciencia y la tecnología. Y lo más importante, no se sabía con seguridad si el hombre podría aguantar un vuelo al espacio.
Cuando el director del proyecto le dio la última indicación, en el momento de despegue Gagarin le respondió con calma: “¡Vámonos!” (“Poyéjali” en ruso). Esta frase se convirtió en uno de los símbolos de la era espacial y en parte de la cultura popular rusa, y hasta ahora se sigue usando antes de iniciar algún trabajo o proyecto, o como brindis.
Precisamente en ese momento la comunicación se cortó. Durante unos largos 20 segundos no llegó ningún sonido del cosmonauta, lo que puso a todos extremadamente nerviosos.
Cuando la comunicación se restableció, Yuri siguió informando a la Tierra sobre lo que experimentaba a pesar de las sobrecargas; decía que se sentía muy bien. Su señal de llamada era “Kedr” (Cedro), la señal de llamada de Koroliov era “Zariá-3” (Aurora-3).
Transcurridos 153 segundos se quitó el carenado, en la ventanilla apareció una luz brillante y por primera vez en toda la historia el hombre vio la Tierra desde la altura de unos 300 kilómetros. Allí la superficie del planeta se percibe como un mapa: una cinta de un río, unas manchas de la taiga… así se veía el paisaje de Siberia sobre el que voló el cosmonauta. Tanto le impresionó la vista, que gritó violando todas las instrucciones: “¡Qué hermoso!”. Y luego con voz neutra continuó leyendo las indicaciones de los equipos.
Cuando la nave empezó a adquirir la velocidad de escape, Gagarin experimentó graves sobrecargas, tantos que no podía ni moverse, su pulso aumentó hasta 150 pulsaciones por minuto. Pero a medida que el cohete superaba la fuerza gravitatoria, las sobrecargas disminuyeron. En la tercera etapa el cohete se desprendió, y la cápsula con el módulo de equipos y el motor retrocohete entró en órbita. Gagarin entró en estado de ingravidez. Desde el lanzamiento habían pasado poco más de cinco minutos.
Ahora el cosmonauta estaba volando a una velocidad de cerca de 8 kilómetros por segundo (28 260 kilómetros por hora). La velocidad de escape resultó un poco más alta de lo previsto y cuando los especialistas calcularon las consecuencias de esta nueva situación, se reveló que el motor retrocohete no había funcionado y el regreso de la nave se realizaría dentro de su plazo máximo de tiempo en órbita, es decir, al cabo de 8-10 días. Por suerte, la nave contaba con buenas reservas de oxígeno y alimentos.
Según le dijeron a Gagarin, la nave regresaría a la Tierra en cualquier caso, aunque no funcionase ese motor, transcurridos tres o cuatro días, y lo haría descendiendo paulatinamente de su órbita. Según las memorias de aquellos que participaron en la preparación del vuelo, Gagarin tenía un sobre con un mensaje de parte del Gobierno de la URSS con una petición de ayuda para que el ciudadano soviético regresara a casa en caso de aterrizar en otro país, así como una pistola, una maletín con alimentos (en caso de que aterrizara en bosque) y todo lo necesario para un amerizaje en el océano.
La comunicación con la Tierra se perdió cuando la nave atravesó el océano Pacífico (en aquel entonces la Unión Soviética todavía no enviaba a alta mar naves con retransmisores, que facilitaban una comunicación ininterrumpida). Casi 50 minutos, o la mitad de su vuelo, Yuri estuvo volando sin el apoyo de la Tierra. Solamente podía enviar señales cortas cifrados, que se podían recibir en todo el mundo. El Estado Mayor soviético conocía por estas señales que todo estaba bien en la órbita.
Cuando Gagarin sobrevolaba América del Sur, en el 44.º minuto de su vuelo, el sistema de orientación automática de la nave arrancó y el aparato tomó una posición correcta (los sistemas de orientación de las primeras naves satélites tenían el Sol como punto de referencia). Durante este proceso, la nave recorrió el Océano Atlántico. El motor retrocohete se encendió a tiempo y funcionó los 40 segundos previstos. En cuanto se desconectó el motor, la nave volvió a girar sobre sí misma en diferentes planos.
Ahora la cápsula debía liberarse de la sección de equipos para que la entrada en la atmósfera fuera segura. Se desconectaron las tirantes que unían las partes de la construcción, pero los cables que conectaban la cápsula y el módulo de equipos siguieron unidos. Finalmente la cápsula se separó a las 10:35 y no a las 10:25 (hora local) como estaba previsto. Durante estos largos diez minutos Gagarin transmitió a la Tierra la señal que significaba que todo estaba bien (“No hacía falta armar ruido”, como más tarde escribiría el cosmonauta), pero informó por teléfono de que el retrocohete había funcionado bien y de que la separación no se había producido.
El retrocohete estuvo encendido hasta que agotó el combustible (40 segundos), mientras que se esperaba que al alcanzar la velocidad deseada el motor se desconectara. Pero este cambio en el funcionamiento previsto del motor no alteró significativamente la trayectoria de la nave y no alteró tampoco el ángulo de descenso significativamente (lo que habría podido provocar que la nave se hubiera incendiado) probablemente gracias a que el módulo de equipos seguía conectado a la cápsula.
Al final, los cables se quemaron y la cápsula fue liberada. Yuri se preparó para salir de la nave. La nave se bamboleaba, se vio una extraña luz purpúrea en las ventanillas, que significaba que se estaba quemando la capa cerámica de protección del vehículo. La ingravidez desapareció, subieron las sobrecargas y, cuando estas pasaron, se oyó el silbido del viento.
Cuando por fin Gagarin salió catapultado y empezó a descender con el paracaídas principal, vio desde la altura un río grande y adivinó que era el Volga, con una ciudad al lado, probablemente Sarátov, la ciudad en la que Gagarin se había formado como piloto. Y luego el paracaídas suplementario no se abrió correctamente, amenazando con enrollarse alrededor del principal y cerrarlo. Pero luego un soplo de viento lo llenó y Gagarin siguió descendiendo con dos paracaídas, que es también muy peligroso.
Pero no fue ese el último peligro que pasó el cosmonauta al volver del espacio. Estaba descendiendo con el traje espacial con el casco cerrado y el conducto de aire que utilizaba dentro de la cápsula se cortó, pero la válvula para el aire en la escafandra no se abrió, y el cosmonauta respiraba con el aire que quedaba todavía dentro del traje. Por fin, tras seis minutos de intentos, logró abrir la válvula y aterrizó suavemente en un campo labrado, a orillas del Volga, cerca de Sarátov, a las 10:55, hora local.
A una distancia de unos cien metros, Yuri vio a una mujer con una niña. Esta, al ver a un hombre llegado del cielo en paracaídas, vestido con traje color naranja y con casco, se asustó y salió corriendo. “¡Soy de aquí!”, les gritaba Yuri, “¡no se asusten!”.
Gagarin tenía un radiofaro instalado en el traje espacial y en cuanto el cosmonauta tocó tierra, los servicios terrestres supieron en seguida de su aterrizaje. El mensaje del vuelo exitoso fue transmitido por todas las estaciones de radio de la URSS. Así el mundo conoció al piloto cosmonauta de la URSS, el mayor Yuri Alekséyevich Gagarin, el primer hombre en la historia que logró ver nuestra Tierra desde el espacio.
A Yuri le fueron a buscar los campesinos de una localidad cercana, que ya sabían del vuelo a través de la radio, lo ayudaron a salir a la carretera. Le daban apretones de manos, lo abrazaban, le gritaban y felicitaban. Pronto un helicóptero lo llevó al puesto de aviación cercano, de donde lo llevaron a Sarátov, y de allí a la ciudad de Kuíbyshev (actualmente Samara), donde lo recibieron Koroliov y varios dirigentes.
Siete años después recibió otra llamada del cielo, la última. Gagarin falleció el 27 de marzo de 1968 cuando el avión de caza que pilotaba durante un vuelo rutinario se estrelló cerca de Moscú.
Fue entonces cuando la esposa del cosmonauta, Valentina, recibió su carta de despedida escrita antes del vuelo de 12 de abril de 1961 que un general guardó “por si acaso” y que luego permaneció en el Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de Rusia.