15 Años de la «Masacre de Carmen de Patagones».
El 28 de septiembre de 2004, un adolescente de 15 años mató a tres compañeros del colegio «Islas Malvinas» de Carmen de Patagones y baleó a cinco.
El autor de los disparos fue Rafael Juniors Solich. Mató a tres compañeros y baleó a otros cinco. Le faltaba un mes para cumplir los 16 años y fue declarado inimputable. Pasó por un instituto de menores y estuvo internado en una clínica psiquiátrica. Hoy su paradero es un secreto guardado por la Justicia.
La masacre que Juniors ejecutó con la pistola Browning 9 milímetros de su papá, suboficial de Prefectura Naval, fue la primera en una escuela de Latinoamérica. El caso conmocionó al país, que había registrado un antecedente similar cuatro años antes, cuando un joven de 19 años apodado “Pantriste” asesinó a un compañero e hirió a otro a la salida de un colegio de Rafael Calzada.
Los intentos de explicar el origen de la masacre fueron variados. Los peritos que entrevistaron a Juniors reconstruyeron una vida marcada por la violencia familiar y desprecio hacia los demás. Él aseguró que se sentía discriminado por sus pares desde que iba al jardín de infantes. Contó que lo cargaban y que tenía fantasías sangrientas desde 7° grado. También dijo que padecía el autoritarismo de su padre y las presiones por su rendimiento escolar pero nunca dió un por qué.
Cuatro meses antes de la masacre, su papá había pedido una reunión con el gabinete psicopedagógico de la escuela. Fue luego de haber encontrado en la pieza de su hijo dibujos de una cruz esvástica y el nombre de Hitler escrito en una caja donde guardaba sus cassettes, según reconstruyeron a través de fuentes y relatos incorporados al expediente los periodistas Pablo Morosi y Miguel Braillard en el libro “Juniors”.
En la lista de preocupaciones de los padres del autor de la masacre también figuraban sus cambios de conductas. Había pasado de la cumbia a los discos de Marilyn Mason. Aunque nunca había sido muy sociable, se mostraba cada vez más hermético. Jugaba poco al fútbol, deporte que había practicado desde chico, y pasaba horas encerrado en su cuarto.
Los encuentros con los profesionales de la escuela se repitieron en al menos otras dos ocasiones, pero no se tomaron medidas.
Según reconstruyeron los autores de “Juniors”, el 27 de septiembre de 2004 el autor de la masacre tuvo una fuerte pelea con su papá. La discusión incluyó gritos, insultos y amenazas de golpes. El adolescente se encerró en su cuarto y recién salió cuando el suboficial de Prefectura fue a llevar a su esposa al restorán en el que trabajaba. Fue hasta la habitación de los padres y tomó la pistola que estaba guardada en un armario. También agarró tres cargadores y un cuchillo. Luego escondió todo abajo de su cama.
Esa noche durmió poco. La mañana siguiente se levantó como si fuera un día más, se cambió y partió rumbo a la escuela. Era un trayecto corto, de apenas cinco cuadras. Cuando llegó había unos pocos compañeros en el aula de 1° B del polimodal, equivalente al 4° año de la secundaria actual. Dejó sus cosas en el pupitre y fue a formar al salón central del colegio.
Luego de que se izara la bandera, los alumnos volvieron al aula. Nadie notó nada raro en Juniors, pero él ya tenía decidido lo que iba a hacer. Antes de que llegara la preceptora para tomar lista, se paró en el pizarrón, de frente a los bancos, sacó su arma y empezó a tirar.
Después de agotar las balas, Juniors salió al pasillo y colocó el segundo cargador. Alcanzó a disparar una vez más hasta que se le trabó la pistola. Dante, su único amigo, lo empujó por la espalda y logró desarmarlo. Juniors estalló en llanto.
En la escuela todo era caos. Federico Ponce, Sandra Núñez y Evangelina Miranda murieron dentro del aula. Nicolás y Rodrigo salieron como pudieron y pidieron ayuda. La lista de heridos la completaron Pablo Saldías, Natalia Salomón y Cintia Casasola. Pablo fue el que más grave estuvo: pasó tres días en coma y como consecuencia de los disparos perdió un riñón y el bazo. Todos tenían entre 15 y 16 años.
Horas después de ser detenido, Juniors se sentó frente a la jueza Alicia Ramallo, titular del Juzgado de Menores N° 1 de Bahía Blanca. Le preguntaron si sabía lo que había hecho. “No me di cuenta de lo que hice, se me nubló la vista y disparé. Ahora tomo conciencia por lo que usted me dice”, respondió.
Cuando cumplió la mayoría de edad, su tratamiento quedó en manos del Juzgado de Familia N° 4 de La Plata que siguen teniendo a su cargo el expediente, aunque se negaron a brindar información sobre la situación actual de Juniors. Lo último que se supo es que vivía en Ensenada, donde seguía asistiendo a una clínica psiquiátrica.
En Carmen de Patagones, una ciudad de 20 mil habitantes ubicada en el límite de Buenos Aires con Río Negro, la masacre sigue siendo una herida abierta. Los vecinos prefieren evitar el tema y aseguran que nunca más vieron a la familia de Juniors.
En la Escuela Media N° 2 “Islas Malvinas”, la huella es indeleble. El aula de los disparos estuvo un año cerrada y se convirtió en una sala de reuniones. “En un día gris, la estridente mañana se llevó a tres ángeles. Nadie se acostumbra a vivir en su compañía”, resume una placa que acompaña las fotos de Evangelina, Federico y Sandra. Sus nombres también están grabados en la puerta del colegio, al que hoy asisten 600 alumnos de secundaria.