24 de Junio de 1935 – Moría Carlos Gardel.
A las 13.15 horas de aquel 24 de junio de 1935 salieron del hotel en Bogotá, Colombia.
Tuvieron que hacerlo por la puerta trasera, para esquivar a la multitud que bloqueaba la salida principal para despedir a su ídolo.
El grupo partió hacia el aeropuerto para tomar el Ford trimotor F-31 de la empresa SACO. A pesar de los oscuros nubarrones, el vuelo a Cali no se canceló.
Con Gardel viajaba Le Pera, Guillermo Barbieri, Ángel Riverol, José María Aguilar, José Plaja, Alfonso Azzaff, José Corpas Moreno, Celedonio Palacios y Henry Swartz. Poco antes de subir a la nave Azzaff advirtió que el avión “iba cargado hasta la boca”, lo que derivó en el comentario de Le Pera: “No faltaría más que ahora nos hagamos mierda todos”.
Piloteado por el norteamericano Stanley Harvey, el avión se elevó por encima de las nubes y pronto comenzó a temblar por las turbulencias. Todos se miraron, pero nadie dijo nada. El F-31 comenzó a descender hacia el aeropuerto Enrique Olaya Herrera de Medellín, donde sólo haría una parada técnica de unos quince minutos. Una multitud se reunió para recibir al Zorzal, agitando pañuelos. Se destacaba una delegación de estudiantes que habían recibido permiso para concurrir al aeropuerto.
Eran las 14.26 horas en Medellín, Carlitos no podía ocultar una mezcla de disgusto y temor por viajar en avión. No se veía brillar tan nítidamente su mítica sonrisa. Venía cansado de una gira interminable por Puerto Rico, Aruba, Curaçao y Venezuela. Ya acumulaba más de 60 actuaciones desde el 1° de abril, y faltaban todavía algunas fechas en Colombia, el debut en La Habana y México para volver, sin vacaciones a New York a filmar un par de películas, para ir a buscar a su querida madre a Toulouse y de ahí emprender el regreso. En ese plan que había elegido a medias, le iba quedando lejísimo su Buenos Aires querido.
La comitiva había bajado del avión que venía de Bogotá para hacer una breve escala rumbo a Cali, donde lo esperaban esa noche cinco mil personas que habían pagado ansiosas sus entradas para verlo en el Teatro Isaacs.
La breve escala alcanzó para tomar un refrigerio, comer unos sándwiches de pollo y tomar unas cervezas dulces.
Cuando estaban terminando sus bebidas, se sumó al grupo el piloto de la segunda etapa y dueño de la compañía, Ernesto Samper Mendoza, a quien se lo notaba tan emocionado como inquieto. Cada tano miraba hacia la pista en dirección al avión de la SCADTA que despegaría minutos después que su vuelo. Gastó algunas bromas y los invitó a subir al avión.
Camino a la máquina, Gardel volvió a saludar efusivamente a su público. Se ubicó en el lado izquierdo del avión. Ocupó el segundo asiento de mimbre individual, detrás de Swartz y al lado de Le Pera, que se sentó a la derecha, pasillo mediante.
Antes de cerrar las puertas, imprevistamente, subieron a bordo 12 rollos de películas de celuloide, destinados a los cines de Cali, que fueron colocados, como se pudo, debajo de los asientos. El título del film era Payasadas de la vida.
Carlitos miró por la ventanilla y, como hacemos todos cuando está por despegar un avión, se entregó a su suerte. El carreteo fue extraño y ruidoso lo que hizo exclamar a Carlitos; “Che, viejo, esto parece un tranvía Lacroze”. Sintió que la nave giraba bruscamente y se salía de la pista central y tomaba por un carril lateral. No tuvo tiempo de mucho más, vio por la ventana que el avión iba derecho a chocar contra la otra nave, que esperaba su turno en la pista para el despegue. Alcanzó a decirle a Samper “¡Che! ¡¿Qué pasa?!”. Fueron las últimas palabras del Zorzal. En segundos se producía una violenta explosión. Una vida terminaba y nacía una leyenda.
Fuente: El Historiador.