3 de Febrero, de San Lorenzo a Caseros.
Los hombres que combatirían finalmente en San Lorenzo eran unos 150 granaderos de elite que el propio San Martín había seleccionado por sus condiciones de combate, gente de temer para el enemigo, los que marchaban hacia las costas de nuestro majestuoso Paraná para hacer frente a esa amenaza, en el ardiente verano de 1813, esperando el desembarco cerca de la posta de San Lorenzo, estableciendo su cuartel en el convento de San Carlos.
El 3 de febrero de 1813, unos 250 realistas, apoyados con 11 naves con su respectiva artillería, desembarcaron para dedicarse prolijamente a saquear lo que estuviese a su paso. Pero esta vez la población no estaba indefensa, y el ataque envolvente ordenado por San Martín los obligó a reembarcarse.
Asi lo expresó San Martín al Triunvirato: «los granaderos de mi mando en su primer ensayo han agregado un nuevo triunfo a las armas de la patria. Los enemigos en número de 250 hombres desembarcaron a las 5 y media de la mañana en el puerto de San Lorenzo y se dirigieron, sin oposición, al colegio de San Carlos, conforme al plan que tenían madurado. En dos divisiones de a 60 hombres cada una, los ataqué por derecha e izquierda; hicieron no obstante una esforzada resistencia, sostenida por los fuegos de los buques, pero no capaz de contener el intrépido arrojo con que los granaderos cargaron sobre ellos sable en mano; al punto se replegaron en fuga a la bajada, dejando en el campo de batalla 40 muertos, 14 prisioneros, de ellos 12 heridos, sin incluir los que se desplomaron y llevaron consigo, que por los regueros de sangre que se ven en las barrancas considero mayor número. Dos cañones, cuarenta fusiles, cuatro bayonetas y una bandera que pongo en manos de V.E., y la arrancó, con la vida, al abanderado el valiente oficial don Hipólito Bouchard. De nuestra parte se han perdido 26 hombres, 6 muertos y los demás heridos. De este número son el capitán don Justo Bermúdez, y el teniente don Manuel Díaz Vélez que, avanzándose con energía hasta el borde de la barranca, cayó este recomendable oficial en manos del enemigo.
El valor e intrepidez que han manifestado la oficialidad y tropa de mi mando los hace acreedores a los respetos de la patria y atenciones de V.E.; cuento, entre estos, al esforzado y benemérito párroco, doctor Julián Navarro, que se presentó con valor animando con su voz y suministrando los auxilios espirituales en el campo de batalla. Igualmente [lo] han contraído los oficiales voluntarios don Vicente Mármol y don Julián Corbera, que, a la par de los míos, permanecieron con denuedo en todos los peligros.
Seguramente el valor y la intrepidez de los granaderos hubiera terminado en este día de un solo golpe las invasiones de los enemigos en las costas del Paraná si la proximidad de las bajadas, que ellos no desampararon, no hubiera protegido su fuga; pero me arrojo a pronosticar sin temor, que este escarmiento será un principio para que los enemigos no vuelvan a inquietar [a] estos pacíficos moradores.
Dios guarde a V.E. muchos años. San Lorenzo, febrero 3 de 1813.
José de San Martín
El violento combate de apenas quince minutos de duración dejó, entre los patriotas, 16 muertos y 27 heridos. Entre las bajas fatales, se encontraban Juan Bautista Cabral, muerto en el combate, y Justo Germán Bermúdez, muerto por hemorragia al día siguiente. Ellos, junto al bravo puntano sobreviviente, Juan Bautista Baigorria, pudieron salvar la vida de su jefe, cuando en medio del combate su caballo bayo (no blanco, por cierto) cayó herido y le aprisionó la pierna.
Aquí hay dos cosas interesantes para señalar: por un lado el invento del caballo blanco y por otro, ratificar la acción la acción y las palabras del soldado mulato o zambo Juan Bautista Cabral, ya que es el mismo San Martín, absoluto enemigo de las exageraciones y las mentiras, quien se preocupa de que recordemos el episodio, al protagonista y sus últimas palabras.
En 1829 Juan Manuel de Rosas asumía la gobernación de Buenos Aires desplegando una enorme influencia sobre todo el país. A partir de entonces y hasta su caída en 1852, ejercerá el poder en forma personalista oponiéndose durante toda su gestión a la organización nacional y a la sanción de una Constitución.
Ello hubiera significado el reparto de las rentas aduaneras con el resto del país y la pérdida de la hegemonía porteña.
Año tras año, argumentando razones de salud, Rosas presentaba su renuncia a la conducción de las relaciones exteriores de la Confederación, en la seguridad de que no le sería aceptada. En 1851 el gobernador de Entre Ríos emitió un decreto, conocido como el “pronunciamiento” de Urquiza, en el cual aceptaba la renuncia de Rosas y reasumía para Entre Ríos la conducción de las relaciones exteriores.
Urquiza decidió formar su ejército para enfrentar al gobierno bonaerense, al que llamó, a falta de mejor nombre, “Grande”. El emperador de Brasil, Pedro II, proveería infantería, caballería, artillería y todo lo necesario, incluso la escuadra y en calidad de préstamo la suma mensual de cien mil patacones por el término de cuatro meses contados desde la fecha en que dichos estados ratifiquen el presente convenio.
El emperador de Brasil no hacía esto en defensa de la libertad y los derechos humanos, y solicitó y obtuvo del gobernador Urquiza la hipoteca de territorio argentino en garantía a sus contribuciones:
En las provincias la actitud de Urquiza despertó diversas reacciones. Córdoba declaró que era una infame traición a la patria y que “Urquiza se había prostituido al servir de avanzada al gobierno brasileño”.
Otras provincias reaccionaron e intentaron formar una coalición militar para defender a Rosas, pero ya era demasiado tarde.
Urquiza alistó a sus hombres en el “Ejército Grande”, avanzó sobre Buenos Aires y derrotó a Rosas en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852.