50 Años del Apolo XI; El Hombre en la Luna.
El 20 de julio de 1969 un astronauta caminaba por primera vez en la magnífica desolación de la Luna.
Aún hoy resulta asombroso aunque pasaron 50 años: dos hombres, Neil Armstrong y Edwin Aldrin, caminando a los tumbos en otro mundo. Mientras su compañero, Michael Collins, los esperaba pacientemente en órbita.
Aquel día, el planeta entero se paralizó. La humanidad miraba asombrada la transmisión en sus televisores blanco y negro.
El episodio abrió las puertas a una nueva era espacial. La era en la que el hombre sale finalmente de la Tierra para proyectarse hacia el universo cercano.
La misión Apolo 11 fue aquel gran salto para la humanidad. Y lejos de ser un episodio aislado o caprichoso fue el espectacular resultado de casi toda una década de largos y costosos preparativos científicos y técnicos, sueños y esfuerzos, éxitos y fracasos.
El Apolo 11 despegó de cabo Kennedy, Florida, a las 9.32 de la mañana (hora local) del 16 de julio de 1969.
Durante el lanzamiento, Armstrong, Aldrin y Collins, sentados boca arriba en una pequeña cápsula –ubicada en la parte más alta del poderoso Saturno V– sintieron que tenían un volcán a sus espaldas.
Para escapar de la gravedad terrestre, los cohetes rugían y se escuchaban a kilómetros de distancia.
Apenas 90 segundos después del despegue, la primera etapa del Saturno V se desprendió, y cayó hacia la Tierra. Lo mismo ocurrió unos minutos más tarde con su segundo tramo. Ya en el espacio, la tercera etapa –llevando a los 3 astronautas, y a los módulos– entró en órbita terrestre. Y toda la misión pasó a ser controlada desde el centro de control de Houston, Texas, en Estados Unidos.
Durante unas 3 horas en órbita alrededor de nuestro planeta, la tripulación chequeó todos los equipos. Luego Apolo 11 puso la proa hacia la Luna.
Después de tres largos días, finalmente, entraron en órbita lunar. Fueron momentos muy críticos. Armstrong y Aldrin se pasaron del Columbia (el Modulo de Comando), al Eagle (“Aguila”), el Módulo Lunar. Y tras varias vueltas a la Luna, Collins –que se quedó en el Columbia– accionó el mecanismo de separación de ambas naves: a bordo del frágil Eagle, sus dos compañeros iniciaron el descenso final.
Las palabras de Neil Armstrong fueron recibidas con gritos, aplausos y alivio en Houston.
Eran las 15.17 del 20 de julio de 1969 (16.17 en la Argentina). Con el combustible al límite, y a sólo 40 metros de un gran cráter –que pudo ser esquivado por una maniobra de último momento– el Eagle se había posado en el Mar de la Tranquilidad, una suave llanura volcánica, de cientos de kilómetros, cercana al Ecuador de la Luna.
Pero antes de salir del módulo, Armstrong y Aldrin se pasaron varias horas descansando, comiendo, recibiendo instrucciones, y chequeando todos los sistemas de la nave.
Cuando todo estuvo listo, Armstrong abrió la escotilla, se asomó, encendió una cámara de televisión, y mientras bajaba lentamente la corta escalera, recitó su célebre “un pequeño paso para un hombre, un gigantesco salto para la humanidad”.
A las 22.55 de aquel 20 de julio de 1969 (hora de Houston, 23.56 en Argentina), el hombre pisaba la Luna por primera vez.
Bajo un insólito cielo negro con Sol a pleno y estrellas por todas partes (por la falta de atmósfera), el comandante del Apolo 11 dio sus primeros pasos en aquel suelo gris, rocoso y polvoriento, como cubierto de ceniza. El traje no era nada cómodo y además tuvo que adaptarse a la rara experiencia de la débil gravedad lunar que hace que todo en la Luna sea más liviano (un sexto de la gravedad terrestre).
Unos minutos más tarde, se le sumó Aldrin y juntos contemplaron un paisaje extrañamente bello. Con absoluta espontaneidad, el segundo ser humano que pisó la Luna dijo: “Bonito… bonito…, una magnífica desolación”.
La misión Apolo 11 fue seguida por televisión por más de 1.000 millones de personas en todo el mundo. Proporcionalmente, la mayor audiencia televisiva de la historia. Fue la primera y única vez en que toda la humanidad estuvo pendiente de un solo hecho que no fuera una guerra, una pandemia, un mega atentado o un desastre natural.
Luego de colocar la bandera estadounidense y charlar brevemente con el presidente norteamericano Richard Nixon, Armstrong y Aldrin empezaron su misión científica. Sacaron fotos, colocaron una cámara de televisión, recolectaron más de 20 kilos de rocas y polvo lunar, e instalaron algunos instrumentos: un sismógrafo, un medidor del viento solar, y hasta un retrorreflector, un aparato que –mediante un rayo láser apuntado desde nuestro planeta– permite medir la distancia Tierra-Luna (aún hoy funciona).
También hubo momentos especialmente fuertes y simbólicos. A poco de bajar, ambos astronautas leyeron una placa metálica anexada a una de las patas del Eagle: “Aquí, hombres procedentes del planeta Tierra pisaron por primera vez la Luna en julio de 1969 d. C. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad”.
Armstrong y Collins también llevaron y dejaron en suelo lunar un disco grabado con mensajes y saludos en distintos idiomas, medallas enviadas por las familias de cosmonautas y astronautas.
Mientras todo esto sucedía en el Mar de la Tranquilidad, Michael Collins, a bordo del Columbia, orbitaba a la Luna a 112 kilómetros de altura. Y experimentando la más profunda de las soledades que ser humano alguno haya vivido –especialmente cuando sobrevolaba el hemisferio nocturno de la Luna, y no veía ni siquiera a la Tierra– esperaba el regreso de sus compañeros.
Tras dos horas y media de caminatas por la superficie selenita y después de dormir unas horas, Armstrong y Aldrin dejaron la Luna a bordo del tramo superior del Eagle. Y poco más tarde, se reencontraron en órbita con Collins iniciando el regreso a casa.
En la mañana del 24 de julio de 1969, los tres astronautas a bordo del módulo Columbia amerizaron – con paracaídas – en el Océano Pacífico y fueron rescatados por la marina estadounidense.