55 Años de la Puerta 12.
La denominada Tragedia de la Puerta 12, ocurrida el 23 de junio de 1968 en el estadio Monumental, en la que fallecieron 71 hinchas de Boca, casi todos por asfixia y como consecuencia de una avalancha, tras un Superclásico con River.
Esa fría tarde, los dos viejos adversario igualaron 0 a 0 en un aburrido partido correspondiente a la 17ª fecha del Campeonato Metropolitano que terminaría ganando San Lorenzo. Apenas el árbitro Miguel Comesaña dio por terminado el duelo, el público visitante comenzó a abandonar la tribuna Centenario, cuyas salidas desembocaban en la avenida Figueroa Alcorta. En la correspondiente a la puerta 12, a la que se llegaba tras recorrer una serie de escaleras y descansos, ocurrió un incidente que nunca terminó de esclarecerse.
Desde el primer momento, los testimonios de los sobrevivientes discreparon. No resulta llamativo, puesto que el último tramo del recorrido hacia el portón era un túnel oscuro de 80 escalones resbaladizos, sin iluminación ni pasamanos. Algunos aseguraron que la puerta tijera que daba acceso y salida al estadio estaba parcialmente cerrada; otros señalaron que los molinetes, que habitualmente se retiraban en el entretiempo, seguían colocados.
Tampoco faltaron quienes sostuvieron que el incidente se había sido desencadenado por el violento accionar de la Policía Montada, en tiempos en que la dictadura de Juan Carlos Onganía no ahorraba palos. “Los hinchas hacían sus necesidades en vasos de café y le tiraban orina y excremento a la Policía Montada que estaba en la calle. Eso provocó la represión policial y luego, la tragedia”, intentó justificar Julián William Kent, presidente de River.
Lo cierto es que decenas de hinchas cayeron y fueron aplastados por la multitud que venía detrás y, sin saber lo que ocurría, pugnaba por salir. “Yo venía en el aire y me di cuenta de que inevitablemente iba a caer sobre la pila de cuerpos. No sé cómo atiné a cubrirme la boca y la nariz, y eso me salvó. Otros cayeron sobre mí. Recuerdo la sensación de no poder expandir el pecho, respiraba con inhalaciones cortitas”, recordó Gustavo Iturbe, uno de los sobrevivientes, en 2008, cuando se cumplieron 40 años del hecho.
Las víctimas fueron, en su mayoría, jóvenes: el promedio de edad era de 19 años y 24 de los fallecidos eran menores de 18 años. Además, hubo 113 heridos de distinta gravedad que fueron atendidos en los hospitales Pirovano, Fernández y Central Militar.
Unas horas después de la tragedia, el Gobierno de facto decretó duelo nacional. El martes posterior fueron enterrados los restos de la mayoría de las víctimas, pero todavía quedaban dos cadáveres sin identificar. El viernes, en el hospital Fernández, falleció Julián Fieldman, de 16 años, la 71ª víctima.
La noche del domingo 23, durante la visita del presidente de la Nación al hospital Pirovano, cuando ya se tenía un desolador panorama de la catástrofe del estadio de River, una mujer (madre de un joven internado allí, víctima de la tragedia), encaró al general Onganía: «La culpa la tiene la policía, señor presidente. La policía cargó».
El general Onganía no contestó; prefirió buscar con la vista a Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal, quien se hallaba a pocos metros, y le dijo: «Usted oyó, ¿verdad? Bueno, quiero un informe urgente de lo que dice esta señora». Los que se encontraban en ese momento allí vieron cómo el general Fonseca dialogó secretamente con varios policías de alta graduación, quienes salieron presurosos.
El peritaje ordenado por el juez Oscar Hermelo en el estadio de River Plate no aclara los interrogantes acumulados por el público. Para muchos se está tratando de archivar la verdad de la tragedia. Para otros, las dudas se disiparon y acusan a los que siguen polemizando, de pretender encender una hoguera absurda.
Dos meses después, el juez Oscar Hermelo, a cargo de la investigación, ordenó la prisión preventiva de Américo Di Vietro y Marcelino Cabrera, intendente y capataz de River, y dispuso un embargo de 200 millones de pesos moneda nacional contra ambos y contra el club. Pero a fines de noviembre la sala VI de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, integrada por Raúl Munilla Lacasa, Jorge Quiroga y Ventura Esteves, sobreseyó definitivamente a ambos y les levantó el embargo.
La AFA ofreció una indemnización de 450.000 pesos (1.400 dólares) a los familiares a cambio de “renunciar expresamente a cualquier acción legal contra River”. En agosto de 1969, cansados de esperar una respuesta de la Corte Suprema, los familiares de víctimas que llevaban adelante la querella desistieron del recurso de queja que habían presentado. En el escrito, los abogados argumentaron el hartazgo de sus representados: “Una justicia tardía ya nada repara y resulta carente de sus atributos más precisos y esenciales”.
Poco después de los incidentes que costaron la vida de 71 personas, River decidió cambiar la denominación de los accesos al Monumental: los números que los identificaban fueron reemplazados por letras. Así, la puerta 12 ahora se llama L. En ella, desde marzo de 2008, hay una placa que recuerda a las víctimas. Fue colocada por iniciativa de Diana Von Bernard, hermana de Guido, y donada por el cineasta Pablo Tesoriere, director del documental Puerta 12.
El ministro del Interior, doctor Guillermo Borda, hizo estas declaraciones en la comisaría 33ª, a pocas horas de producida la catástrofe y cuando todo era confusión: «No hay ninguna versión seria acerca de las causas que originaron el accidente. Indudablemente, la puerta estaba abierta. No cabe ninguna duda sobre eso. Parecería que la caída de una persona motivó la de otras que iban detrás originando la tragedia.»
«Cuando faltaban 2 ó 3 minutos para terminar el partido, abandoné la tribuna —recuerda José Luis Burgués, 22 años, internado en el hospital Pirovano. Bajé por la escalera que conduce hacia la puerta número 12, junto a un grupo de muchachos que tendrían iguales intenciones: evitar la aglomeración. Cuando llegué a la puerta la encontré completamente cerrada. Traté de abrirla, pero no pude. Observé numeroso público en la calle, por lo que pensé retroceder y marcharme por otra salida. Sólo alcancé a subir unos 5 metros cuando vi un tropel de gente que se desplomaba sobre mí. Me hice un ovillo para evitar los golpes y me desmayé. Cuando desperté estaba en el hospital»
Roque Ramón López, 24 años, internado en la sala 17 del hospital Pirovano, descendió las escaleras luego de terminar el partido. «Cuando alcancé los últimos tramos, observé el aglomeramiento y escuché que algunos policías gritaban: ¡No pechen! La gente que venía detrás mío cantaba y gritaba, y no creo que pudiera escuchar las advertencias. No recuerdo si la puerta estaba cerrada, pero no tengo dudas de que los molinetes estaban colocados».
De acuerdo al testimonio de los heridos, la puerta habría sido entreabierta por civiles y policías poco después de que los primeros espectadores se estrellaron contra ella. Pero, según sus observaciones, los molinetes fueron sacados más tarde.
«Abandoné la tribuna unos minutos después de finalizado el match —confiesa Miguel Ángel Romero, 19 años, también hospitalizado—. Los primeros metros de la escalera los descendí sin dificultades. Luego, sin saber porqué, comencé a rodar encima de otros cuerpos. Mi caída fue frenada por algo muy duro; cuando pude mirar con cierta claridad me vi aplastado contra uno de los molinetes. Una parte de la puerta estaba abierta, la otra cerrada. Unos muchachos me levantaron y trajeron hasta el hospital…»
La confesión del pintor Alberto Pérez Celis, 29 años, socio activo de Boca Juniors (número 54521), es más escalofriante. «Esperé que la tribuna quedara casi vacía antes de marcharme. Cuando me acerqué a la escalera para descender escuché gritos, gemidos… Por aquí no se puede salir, exclamaban algunos; está la puerta cerrada, gritaban otros. Me dirigí al muro de cemento que bordea el amplio corredor ubicado debajo de las populares y me asomé hacia la calle. Entonces observé algo que me pareció terrible: la policía montada estaba cargando contra las pocas personas que podían salir por la puerta número 12; las empujaba hacia adentro…»
El día de la catástrofe, varios oficiales de la comisaría 33ª se informaban mutuamente con susurros que los molinetes estaban colocados en la puerta fatídica, al terminar el partido. Uno de ellos, que no advirtió la presencia del periodista, dijo a un colega refiriéndose a las investigaciones que se llevarían a cabo: «¡Qué peritaje ni qué ocho cuartos! La cosa se va a armar cuando comiencen a hablar los heridos. Ellos saben la verdad, que es una sola: en esa puerta, los molinetes estaban puestos.»
Para determinar con precisión las razones del terrible accidente, los protagonistas del peritaje realizado en las instalaciones de River Plate aportaron la última y, probablemente, definitiva versión. El subcomisario de bomberos, Manuel García fue el encargado de realizar el estudio policial.
«Examiné todos los elementos inertes que había en el lugar: puertas, pasarelas y molinetes. También estudié las escaleras. En fin, todo lo que pudiera aportar alguna ayuda al esclarecimiento del suceso. En base a esas observaciones realicé mi estimación objetiva. Pero hay muchos factores, humanos sobre todo, que no se pueden determinar porque sólo duran un instante y nunca más se pueden rescatar o reconstruir».
De alguna manera, sus palabras permiten sospechar que la obtención de un panorama absolutamente exacto de lo acontecido es prácticamente imposible. Es por eso que, tal vez, las cinco posibles causas de la tragedia sigan teniendo vigencia entre una población dolorida e indignada.
Esas explicaciones son:
- 1) Las puertas estaban abiertas, los molinetes sin colocar y el público, en su afán de salir rápidamente, provocó la terrible avalancha.
- 2) Las puertas estaban abiertas, pero los molinetes colocados. El público se aplastó contra ellos, por la presión de los que bajaban.
- 3) Las puertas estaban cerradas y los molinetes colocados. El público se vio atrapado y sin posibilidades de escapar.
- 4) La puerta estaba cerrada y los molinetes sin colocar. El público, en consecuencia, se aplastó contra ella.
- 5) La puerta estaba abierta y fue cerrada por la policía para detener a unas personas que presuntamente saldrían por ella. La acometida policial provocó que los primeros pugnaron por subir nuevamente, lo que provocó dos corrientes humanas opuestas.Pese a que la gran mayoría de los testigos del suceso estima que las puertas no habían sido abiertas ni los molinetes sacados, hay quienes juran haber visto lo contrario. Desgraciadamente, la última palabra —dicha por quien sea— no podrá escapar a la sombra de la duda pública.
Fuente: Todos los testimonios pertenecen a la Revista Siete Días del 2 de julio de 1968.