50 Años del Secuestro del General Aramburu.
El Teniente General Pedro Eugenio Aramburu, apodado «el Vasco», nacido en Río Cuarto, Córdoba, Argentina el 21 de mayo de 1903 y muerto «ejecutado» en Timote, Buenos Aires, Argentina el 1º de junio de 1970, encabezó un golpe militar que derrocó al gobierno legítimo de Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955.
Se autoproclamó presidente entre los años 1955 y 1958. Su dictadura utilizó el eufemístico nombre de Revolución Libertadora; derogó la Constitución Nacional del ‘49, suspendió casi la totalidad de los derechos civiles y ordenó perseguir, encarcelar y ejecutar a sus adversarios ya fueran militares, dirigentes sindicales o políticos.
Por último ilegalizó al Partido Justicialista prohibiendo el canto de la «Marcha peronista» e incluso nombrar a Perón, el presidente depuesto por él. Como colofón hizo desaparecer el cadáver de Evita Perón.
A las 13.30 horas del 29 de mayo de 1970, se festejaba el Día del Ejército, las emisoras de radio y TV de toda la nación interrumpían su programación para ofrecer la siguiente noticia: “Esta tarde a la 01.30 p.m. ha sido secuestrado el Teniente General Pedro Eugenio Aramburu, ex presidente de la nación”.
Aramburu estaba convencido, como ocurre generalmente con los militares, que abolir la democracia e implantar una dictadura férrea, perseguir, encarcelar y fusilar a sus adversarios políticos era una misión patriótica que nada ni nadie podría juzgar salvo la Providencia.
Cinco jóvenes, Norma Arrostito, de 30 años; Fernando Abal Medina, de 23; Carlos Gustavo Ramus, Mario Eduardo Firmenich, de 22 y Carlos Capuano Martínez, de 21 todos ellos miembros de la jefatura de la organización Montoneros y miembros del Comando General Juan José Valle, se disponen el 29 de mayo de 1970, Día del Ejército a llevar a la práctica la Operación Pindapoy, nombre con el que han bautizado el plan de secuestrar, juzgar y ejecutar al General Pedro Eugenio Aramburu.
Para concretar dicho secuestro ellos se hacen con unos uniformes de oficiales del Ejército y de la Policía y se dirigen al domicilio del ex presidente de la República en la calle Montevideo 1053, frente al colegio Champagnat.
Faltaban pocos minutos para las 9.00 a.m. Al ver que eran oficiales del ejército, la propia esposa del General les franqueó la puerta de su domicilio. El ex presidente no tenía escolta y ellos iban comisionados para ofrecérsela. Aramburu tampoco dudó de la apariencia de los guerrilleros. Son las 09.00 horas a.m. cuando introducen al General Aramburu en un Peugeot 404 blanco.
A la altura de la Facultad de Derecho hicieron transbordo a una camioneta Chevrolet. En ese momento Aramburu empezó a sospechar que nada era lo que él había creído pero no perdió la compostura. Las radios empiezan a emitir el posible secuestro a las 13.00 horas.
Después de cambiar varias veces de vehículo por fin llegaron al lugar preparado para retener al militar. La estancia La Celma, propiedad de la familia Ramus en Timote, provincia de Buenos Aires. Fue Fernando Abal, el responsable del comando, quien comunicó al General quienes eran y de qué se trataba. «General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaria peronista, que lo va a someter a juicio revolucionarlo. Recién ahí pareció comprender. Pero lo único que dijo fue: Bueno».
«Su actitud era serena. Si estaba nervioso, se dominaba. Fernando lo fotografió así, sentado en la cama, sin saco ni corbata, contra la pared desnuda. Pero las fotos no salieron porque se rompió el rollo en la primera vuelta», declararía años más tarde Mario Firmenich en la revista La Causa Peronista Nº 9 del 3 de septiembre de 1974.
Las acusaciones que le formularon los Montoneros y por lo cual iba a ser juzgado por un «Tribunal revolucionario» sin opción a defensa y con el veredicto ya tomado de antemano pues esos guerrilleros iban a ejercer de jueces y verdugos al mismo tiempo, fueron:
· Primer cargo: fusilamiento del General Valle y del resto de patriotas que se alzaron con él el 9 de junio de 1956 y los fusilamientos de civiles en Lanús y José León Suárez.
· Segundo cargo: Preparación de un nuevo golpe de estado conocido como Proyecto GAN (Gran Acuerdo Nacional) del que los Montoneros dijeron tener pruebas.
· Tercer cargo: Secuestro y profanación del cadáver de Evita Perón.
El tercer cargo pareció incomodar al General. «Sobre ese tema no puedo hablar», dijo Aramburu, «por un problema de honor.
Lo único que puedo asegurarles es que ella tiene cristiana sepultura».
«Para el juicio se utilizo un grabador. Fue lento y fatigoso porque no queríamos presionarlo ni intimidarlo y él se atuvo a esa ventaja, demorando las respuestas a cada pregunta, contestando, «no sé», «de eso no me acuerdo», etc.», reconoció Mario Firmenich.
A las 06.30 a.m. se le comunica al General Aramburu que ha sido sentenciado a muerte por el «Tribunal» y que se hará efectiva en 30 minutos.
La conversación posterior hasta el momento del asesinato del ex presidente, según contó Firmenich, el único terrorista vivo de los que participaron fue como sigue:
Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros, muchachos jóvenes, íbamos a derramar. Cuando pasó la media hora lo desamarramos, lo sentamos en la cama y le atamos las manos a la espalda. Pidió que le atáramos los cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos por el pasillo interno de la casa en dirección sótano. Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer un confesor porque las rutas estaban controladas.
Si no pueden traer un confesor» -dijo-, ¿cómo van a sacar mi cadáver?
Avanzó dos o tres pasos más. ¿Qué va a pasar con mi familia? -Preguntó. Se le dijo que no había nada contra ella, que se le entregarían sus pertenencias.El sótano era tan viejo como la casa, tenia setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso.
Ah, me van a matar en el sótano», dijo. Bajamos. Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola.
Fernando tomó sobre sí la tarea de ejecutarlo. Para él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad. A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos.
General -dijo Fernando-, vamos a proceder…
-Proceda – dijo Aramburu.
Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho, Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno con una 45.
Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo.
Después encontramos en el bolsillo de su saco lo que había estado escribiendo la noche del 31.
Empezaba con un relato de su secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político.
Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio, que si el país no tenía una salida institucional, el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada.