Cahn: «Elegí la infectología porque las enfermedades infecciosas están vinculadas a condiciones sociales»
A días de ser declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura porteña, el infectólogo Pedro Cahn, referente de la lucha contra el virus del VIH-SIDA, aseguró que muchas patologías infecciosas «se podrían resolver con agua potable, vivienda y vacunas».
«Hay que pensar que en el mundo se mueren cada año 800.000 chicos con sarampión cuando existe una vacuna que vale 3 centavos de dólar. Para eso no hay plata, la plata está para otra cosa como salvar a los bancos para que no entren en default», afirma Cahn, que el miércoles próximo a las 18, será declarado Ciudadano Ilustre, por su trayectoria, en el Salón San Martín del Palacio Legislativo porteño.
Tras su residencia en clínica médica, Cahn se especializó en infectología en el Hospital Muñiz y retornó al Fernández para crear un servicio de infectología en este hospital general, un concepto nuevo hasta ese momento donde sólo había servicios de infectología en las instituciones pediátricas.
«Así empecé a trabajar solo en 1979 y cuando la Academia Nacional de Medicina se enteró de que había un infectólogo en el Fernández empezó a mandarme pacientes de su instituto de investigaciones hematológicas que atiende a personas con leucemias, linfomas o cuyo tratamiento quimioterápico le bajan mucho las defensas», recuerda.
En 1982 la Academia le derivó a un dentista argentino que había vivido en Miami y que regresó al país porque se había enfermado y quería estar con su familia.
«En su primera consulta nos contó que era gay. Nosotros comenzamos a tratarlo y al poco tiempo se murió. Nos cae un segundo paciente con una enfermedad oportunista, que son aquellas que las personas con su sistema inmunológico normal no agarran. Este chico era un bailarín del Teatro Colón, también gay, y había vivido unos años en Brasil», cuenta.
La similitud de las historias llamó la atención de Cahn y, entonces, propuso un estudio de los casos al entonces jefe de Residentes de Clínica Médica, Héctor Pérez, quien hoy trabaja en el servicio de infectología.
Los casos comenzaron a multiplicarse. En 1983 se descubre el virus de VIH y en 1985 llega a la Argentina el primer test.
«El 2 de octubre de 1985 muere Rock Hudson, es tapa del New York Times y de todos los diarios del mundo y de Argentina. Cuando llego al hospital veo a los medios afuera. Yo pensé que era porque se había accidentado alguien, pero cuando ingreso, el director me dice que tengo que hablar por `esa enfermedad que atendés vos`».
«Al día siguiente teníamos 150 personas que se querían atender. Recuerdo que fui hasta el kiosko, compré un talonario de números y los repartimos. Así nació la primera tanda grande de consultas».
«Junto a las consultas comenzó a crecer la resistencia dentro del hospital por la atención de esos `pacientes raros` del servicio de infectología», recuerda.
En 1986 le prohiben la internación de esos pacientes aduciendo «falta de condiciones» y cuando Cahn exige que las «condiciones de bioseguridad hay que aplicarlas a todos los pacientes», un médico clínico le responde: «No es nada personal pero los pacientes que vos traés son homosexuales y drogadictos y yo tengo hijos».
«Ni la homosexualidad ni la drogadicción se contagian, yo también tengo hijos y los atiendo todos los días» le respondió Cahn.
«A partir de allí lo que hacíamos era internar a los pacientes con VIH con fiebre y cuando bacteriología nos hacía el diagnóstico le pedíamos que nos lo confirme por teléfono y no por escrito, entonces les dábamos el tratamiento empírico sin confirmación diganóstica, así trabajamos durante mucho tiempo ilegalmente».
Más allá del hostigamiento verbal (los médicos del servicio de infectología eran llamados «la patota rosa»), en oportunidades les cerraban con llave las puertas de los consultorios y llegaron hasta a abrirles lockers y robarles más de 400 historias clínicas, a partir de lo cual Cahn se llevaba las historias a su casa hasta que les donaron una caja de seguridad bancaria.
«Llegó un momento en que las consultas habían crecido tanto que era imposible trabajar en los consultorios externos, entonces le pedí a un amigo arquitecto que me dijera dónde podíamos construir un servicio. El presupuesto era de 250.000 dólares», recuerda.
Ante la negativa de fondos del hospital y del Estado porteño, Cahn comenzó a juntar los recursos a través de la Fundación Huésped, que había creado en 1989, y así, a través de aportes privados, de recitales a beneficio y de innumerables acciones logró construir el anexo en el que hoy atiende el equipo.
«He tenido a lo largo de estos años un cúmulo de satisfacciones, la creación de este servicio y de la Fundación han sido cosas macro, pero lo mejor que me ha pasado y que me pasa cada día es cuando la gente te dice `gracias doctor`, y yo pienso que sólo cumplo con devolverle al país la posibilidad que me dio de formarme», concluye