Falleció Benedicto XVI.
Joseph Aloisius Ratzinger según su nombre civil, el papa Benedicto XVI para el catolicismo, sorprendió al mundo con su renuncia, anunciada el 11 de febrero de 2013 y hecha efectiva día 28 del mismo mes. Murió este 31 de diciembre a los 95 años.
No había ocurrido un hecho similar en la Iglesia Católica desde 598 años antes, cuando el 4 de julio de 1415 se concretó la dimisión de Gregorio XII. Si bien no hay duda de la excepcionalidad del hecho en el catolicismo, otros papas de la antigüedad también renunciaron.
Hasta hoy se sigue especulando respecto de los motivos de la dimisión de Ratzinger, si bien él mismo argumento motivos de salud y cansancio para conducir a la Iglesia Católica en momentos muy difíciles debido a graves problemas derivados de las denuncias de abusos sexuales cometidos por obispos y clérigos en muchas partes del mundo, sumado a las dificultades económicas y financieras del Vaticano. Todo indica que, si bien el momento del anuncio de la renuncia fue sorpresivo dentro y fuera de la Iglesia, Benedicto venía madurando la determinación desde mucho tiempo antes, buscando el momento propicio para concretar la decisión y comunicarla públicamente.
La reserva y el sigilo –muy propios de la jerarquía de la Iglesia Católica– fueron en este caso un ingrediente fundamental de la estrategia planteada por el pontífice renunciante: debía sorprender a todos con el anuncio, entre otros motivos para evitar presiones y el armado de nuevas conspiraciones, una de las razones nunca dichas detrás de la determinación de la dimisión.
En un editorial de L’Osservatore Romano, el periódico oficial de la Santa Sede, su entonces director Giovanni Maria Vian, sostuvo que “la decisión del Pontífice se tomó hace muchos meses, tras el viaje a México y a Cuba, y con una reserva que nadie pudo romper”. Aparentemente sólo su hermano, el también sacerdote Georg Ratzinger, fallecido el 1 de julio de 2020, estuvo al tanto de la decisión que había adoptado Benedicto XVI.
Ratzinger nunca se refirió públicamente a este tema, pero quienes contradicen esa hipótesis señalan que de haber sido tan premeditada la renuncia, Benedicto habría tomado más recaudos para asegurar una sucesión más afín su orientación doctrinaria.
Desde otro punto de vista se puede señalar también que quizás Ratzinger selló el final de una época que, sumada a la de su antecesor y hoy declarado santo Juan Pablo II, estuvo marcada por el intento de restauración doctrinal y, al mismo tiempo, de pronunciada caída de feligresía católica en el mundo occidental.
Benedicto XVI intentó sin éxito revertir mediante ejercicio de la autoridad la decadencia observada hacia el final del pontificado del polaco Karol Wojtyla (1976-2005) y tuvo que hacer frente, no solo a los problemas antes mencionados, sino a numerosas rebeliones internas en el episcopado en general, pero también en la más cercana y aledaña curia romana.
Muchas voces se levantaron cuando se conoció la renuncia de Ratzinger para advertir que sería muy difícil para la Iglesia convivir con dos papas: uno emérito y otro en ejercicio. Se habló incluso de los problemas que podrían derivarse de una suerte de conducción bicéfala, dentro de la cual Benedicto XVI podría seguir ejerciendo un poder residual que dificultaría a su sucesor.
Quienes han seguido de cerca la historia de la Iglesia bajo el gobierno pastoral de Francisco desmienten esta situación, aunque reconocen que la comunicación entre los dos papas fue fluida. Pero ese diálogo se atribuye más a eventuales consultas de Bergoglio con su antecesor y al respeto que el argentino tenía por el alemán, que a las pretensiones de Benedicto XVI de interferir en las decisiones de Francisco.
Es verdad que en más de una ocasión, los sectores más conservadores del episcopado intentaron salvaguardarse bajo el manto de Ratzinger para contradecir y limar la autoridad de Bergoglio. Todo indica que, a pesar de muchas diferencias doctrinales y eclesiológicas entre los dos papas, Benedicto XVI nunca aceptó prestarse a ese tipo de maniobras.
Se sabe que desde su renuncia Ratzinger mantuvo una actitud recatada y silenciosa, tomando distancia del lugar de poder que ocupó como Papa y desde mucho antes como una figura clave en el Vaticano secundando a Juan Pablo II.
Uno de los grandes interrogantes que abrió Ratzinger con su dimisión es si con ese gesto no estaría inaugurando un nuevo período en la historia de la Iglesia que deje atrás la costumbre del papado vitalicio.
Si bien esa pregunta no puede responderse hasta el momento, vale decir que Francisco, un papa que ha brindado numerosas entrevistas periodísticas y dispuesto a hablar sobre casi todos los temas que se le presentan, nunca planteo la posibilidad de resignar su pontificado. Más bien, quienes hablan con él aseguran que aún reconociendo que sus fuerzas van mermando por el desgaste lógico que produce la edad y el trajín de la gestión, Francisco no da indicios de querer retirase y más bien sigue proyectando nuevas iniciativas pensando en la continuidad de su pontificado.
Las apariciones públicas de Ratzinger desde su renuncia fueron sido prácticamente nulas. Se llamó a silencio y vivió sus últimos años en un pequeño monasterio en el Vaticano en compañía de cuatro religiosas y de su secretario personal Georg Gänswein.
Su tiempo, según confían quienes fueron sus colaboradores, estuvo destinado a celebrar la misa diaria, a rezar y recibir pocas visitas, muy seleccionadas. También a responder parte de la numerosa correspondencia que recibía, a leer teología y a mantenerse informado de la actualidad a través de noticiosos televisivos y periódicos católicos.
Joseph Ratzinger nació en Marktl am Inn, Alemania, el 16 de abril de 1927. Era sábado de Semana Santa y ese mismo día fue bautizado. Hasta su adolescencia vivió en Traunstein, una pequeña localidad cerca de la frontera con Austria, a treinta kilómetros de Salzburgo y se crió en una familia tradicional cristiana, de pocos recursos económicos.
Años después, durante su juventud, vivió bajo el régimen nazi y en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial fue incorporado como integrante de los servicios auxiliares antiaéreos.
Entre 1946 a 1951 estudió filosofía y teología en la universidad de Munich y se ordenó sacerdote, junto a su hermano Greg, el 29 de junio de 1951. Al año siguiente comenzó su carrera docente en la Escuela superior de Freising y en 1953 recibió el título de doctor en teología. El título de su tesis doctoral fue: «Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia de san Agustín».
En 1957 fue habilitado para enseñar teología dogmática y fundamental en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising, primero, y luego en Bonn (1959 -1963), Münster (1963-1966) y Tubinga (1966-1969). A partir de ese momento pasó a desempeñarse en la Universidad de Ratisbona, donde llegó a ser vicepresidente de esa casa de altos estudios.
Una de las actuaciones más destacadas de Ratzinger como teólogo se dio durante las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-65) del que participó en calidad de experto acompañando al cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia. Su trayectoria y también el reconocimiento logrado durante el Concilio, le permitieron acceder a cargos en la Conferencia Episcopal Alemana y luego a la Comisión Teológica Internacional. En 1972 fue confundador de la revista internacional de teología «Communio» junto a otros destacados teólogos católicos.
El 25 de marzo de 1977 el papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich y Freising y ese mismo año fue creado cardenal lo que le permitió participar en Roma del cónclave que eligió a Juan Pablo I el 25 y 26 de agosto de 1978. En octubre siguiente, y tras la muerte de Juan Pablo I, fue uno de los cardenales que estuvo en la elección del polaco Karol Wojtyla como Juan Pablo II.
En los años subsiguientes Ratzinger se incorporó a la vida vaticana actuando en lugares de responsabilidad en los Sínodos y en 1981 el papa Juan Pablo II lo designó Prefecto (ministro) de la Congregación para la doctrina de la fe (ex Santo Oficio), Presidente de la Pontificia Comisión bíblica y de la Comisión teológica internacional.
Se convirtió en el guardián de la fe y de la ortodoxia católica. Poco después, el 15 de febrero de 1982 renunció al gobierno pastoral de la arquidiócesis de Munich y Freising y de ahí en más toda su carrera eclesiástica siguió en el Vaticano. Una de sus principales tareas fue la adecuación del nuevo catecismo católico, labor que le insumió seis años de trabajo entre 1986 y 1992.
Ratzinger ocupó además gran cantidad de cargos de importancia en distintos organismos vaticanos, y en los años 80 y 90 publicó libros y artículos en revistas teológicas muy reconocidas, ejerció la docencia en cuatro universidades alemanas y recibió ocho doctorados «honoris causa» en universidades de Estados Unidos, Alemania, Perú, Irlanda, España, Italia y Polonia.
El 19 de abril de 2005, a los 78 años de edad, fue elegido Papa tras la muerte de Juan Pablo II.
Fiel a su historia y a su trayectoria, el pontificado de Benedicto XVI se caracterizó por profundizar la orientación conservadora que tuvo su antecesor, especialmente hacia el final de su mandato.
Después de poco menos de ocho años de ejercer el papado Ratzinger renunció el 23 de febrero de 2013 a las edad de 86 años, dando paso a la posterior elección de Jorge Bergoglio como Francisco.
Fuente: Página 12