En diciembre del año pasado, antes de Milei, la Ciudad de Buenos Aires -la más rica por lejos del país y la tercera de Latinoamérica- reconocía casi 4.000 personas en situación de calle.
Registros más confiables como el ReNaCalle, realizado por organizaciones sociales, arrojaron que eran más de 8.000.
Al «intendente porteño» Jorge Macri parece que se le ocurrió que la mejor manera de entorpecer el conteo de las gentes sin techo es “desalojarlas”.
Limpiar las veredas de la ciudad para Macri significa “barrer” a quienes están en situación de calle. Tratarlos como mugre, basura, inmundicia.
Jorge Macri cree que bien vale la pena difundir la escena del antes y el después.
El antes es ayer, es hoy y es mañana: mujeres y hombres-niños también, pero eso mejor no mostrarlo- sobreviviendo a la intemperie, durmiendo sobre colchones pulgosos, tapados con cartones y en el mejor de los casos con frazadas llenas de agujeros.
El después es una cuadrilla de pobres laburantes del Gobierno de la Ciudad haciendo su trabajo: les ordenaron llevarse los harapos quién sabe dónde y “desinfectar” la vereda con una hidro lavadora que no deja rastros de la miseria.
También subió un video, donde explicaba que de esa manera estaba dando respuestas a los pedidos y a las necesidades de los vecinos de bien de la zona.
Dirán que hay decenas de refugios públicos para ellos pero que no se quieren quedar en esos lugares donde con tanto amor se los trata.
Los llaman Centros de Inclusión Social y se ufanan en describir que “brindan alojamiento y atención integral a familias y a personas solas que se encuentran en emergencia habitacional”. Mientras tanto, y antes de que se mueran de frío en el invierno, los barren para mantener la limpieza y el orden en la ciudad.
Ni una palabra del intendente porteño ni de sus funcionarios sobre el destino de esos deshechos humanos que horas antes perturbaban el paisaje de una tarde otoñal en un banco de plaza de Guatemala y Uriarte o en la ochava de Godoy Cruz y Emilio Zola.