60 Años del Desastre del Estadio Nacional de Lima.
El 24 de mayo de 1964, en el Estadio Nacional de Lima se desarrollaron los sucesos trágicos que dejaron como resultado al menos 328 muertos y más de 500 heridos, mientras las selecciones juveniles de Perú y Argentina luchaban por la clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokio.
El combinado argentino estaba integrado por destacados futbolistas como el arquero Agustín Cejas y el defensor Roberto Perfumo. Llegaba al encuentro ante el equipo local con cuatro triunfos consecutivos, por lo que de alcanzar una nueva victoria se aseguraría el pasaje a Tokio.
Perú sumaba dos triunfos y un empate, por lo que necesitaba con urgencia una victoria. Más de 45.000 personas poblaban las tribunas.
El equipo peruano tomó el control del juego desde el inicio pero no pudo marcar.
El primer tiempo del partido presentó escasas oportunidades de gol.
En la segunda parte, los argentinos se adelantaron en el campo. A los 18 minutos, un saque de esquina argentino fue mal rechazado por el portero peruano Barrantes y el argentino Néstor Manfredi remató para anotar el primer gol del partido.
Perú tomó las riendas del encuentro para buscar la igualdad. A los 35 minutos, el defensa argentino Horacio Morales intentó despejar, pero la pelota rebotó en el pie del peruano Víctor “Kiko” Lobatón y viajó al fondo de la red. Sin embargo, el árbitro uruguayo Ángel Eduardo Pazos anuló la jugada por falta del delantero local.
Siguieron entonces airadas protestas de los peruanos y de los hinchas, aunque el juego continuó. Pero a los 40 minutos comenzaron los incidentes que terminarían en tragedia.
Un hincha apodado el “Negro Bomba”saltó al césped para agredir al árbitro. La policía lo detuvo, pero luego otro aficionado dentro del campo de juego quiso agredir al árbitro con el cuello de una botella.
Entonces el juez decidió dar por terminado el partido por falta de garantías. Los hinchas comenzaron a arrojar botellas, piedras, butacas y otros elementos al campo de juego, mientras prendían fuego las instalaciones de madera de las tribunas.
Como muchos fanáticos querían ingresar al campo, la policía soltó a sus perros y lanzó gases lacrimógenos hacia las gradas, lo que provocó un desbande general. Miles de hinchas se dirigieron entonces hacia las salidas del estadio, pero muchas de ellas estaban cerradas, especialmente aquellas del sector norte.
En medio del desastre, muchas mujeres y niños cayeron al suelo y los fanáticos pasaron por encima de ellos, provocando heridas o la muerte.
Los gritos de ayuda fueron en vano. La mayoría de los muertos se produjo en las puertas 10, 11 y 17.
Una buena parte de las víctimas murieron aplastadas, muchos otros fallecieron por asfixia.
Cuando los accesos se abrieron, la tragedia ya se había consumado. Sin embargo, no todo quedaría allí. Afuera del estadio se incendiaron una decena de autos y autobuses, se produjeron saqueos y fueron atacados edificios, iglesias y oficinas.
La policía volvió a disparar y se estima que allí también se produjeron víctimas por las balas de las fuerzas de seguridad. Los fanáticos, los médicos y la policía comenzaron a recoger los cuerpos en medio de una leve llovizna. La agencia AP informó que incluso algunos hinchas robaron pertenencias de las víctimas en medio de la tragedia.
Después del partido, muchas personas se agolparon en las puertas de los hospitales y comenzaron a gritar contra la policía.
Portavoces del gobierno peruano atribuyeron los incidentes “a la exaltación de algunos espectadores que invadieron el campo de juego”. En su edición del día siguiente, el periódico El Comercio calculaba que el 80% de los muertos fueron adultos hombres, la gran mayoría de ellos jóvenes, de entre 18 y 22 años; que el 10% fueron niños y otro porcentaje similar, mujeres.
El llamado “Negro Bomba”, que comenzó los incidentes, se llamaba Víctor Malesia Vazquez, y era un barra brava conocido de la época.
Poco tiempo antes había irrumpido en el terreno de juego en un encuentro de Alianza Lima y generados desmanes en otros dos partidos de la selección peruana.
Fue detenido por la Guardia Civil dos días más tarde, junto a otras 50 personas. “Yo ordené lanzar bombas lacrimógenas a las tribunas. No puedo precisar cuántas. Nunca imaginé las nefastas consecuencias”, afirmaría luego el comandante Jorge de Azambuja, a cargo de la seguridad del Estadio.
Tras los incidentes, el torneo preolímpico fue suspendido y Argentina fue proclamado campeón.