Belgrano Enarboló la Bandera de la Patria.
El 27 de febrero de 1812 a las 18,30 horas, se enarbola un pabellón que representará a la revolución, frente a los soldados sus baterías de artillería y todo el vecindario enfervorizado de la Villa del Rosario.
El General Manuel Belgrano dijo: “Soldados de la Patria, hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional, que ha designado nuestro excelentísimo gobierno. Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la libertad. En fe de lo que así os juráis, decir conmigo ¡VIVA LA PATRIA!.
En 1812 todavía era una incertidumbre hacia dónde íbamos como país. Por aquellos años, en los papeles, el poder político residía en el Primer Triunvirato (compuesto por, línea de tres, Chiclana, Sarratea y Paso) pero en la realidad el que movía los hilos era Bernardino Rivadavia, secretario del Triunvirato, un porteño centralista empedernido, tildado más de una vez de «españolista».
Los roces y conflictos con tropas realistas apostadas en Montevideo (ciudad adepta a España y camorrera con Buenos Aires) hicieron que el Triunvirato tomara la decisión de controlar y proteger las vías marítimas internas, entre ellas las de los ríos Uruguay y Paraná. La referencia defensiva del Paraná sería en el pequeño poblado de Rosario y el encargado de organizarla fue Manuel Belgrano.
El 10 de febrero, llegó a Rosario y se encargó de armar baterías y fortificaciones ante una amenaza latente de que algunos barcos españoles vendrían a turbar esas orillas del Paraná a fin de trastornar la comunicación entre Buenos Aires y Entre Ríos.
Belgrano consideró que un eventual enfrentamiento debía ser material, pero también simbólico y patriótico, y pensó en forjar un símbolo de unión entre quienes colaboraban y batallaban con él en la defensa del territorio argentino.
Es así que el 13 de febrero propuso al Triunvirato que los soldados argentinos usaran una escarapela nacional, idea aceptada por el poder central que, con fecha 18 de febrero, ordenó oficialmente que «la Escarapela Nacional de las Provincias del Rio de la Plata sería de color blanco y azul celeste».
La realidad es que los colores vienen ni más ni menos que del rey español Carlos III de Borbón quien, devoto de la Virgen María en su Inmaculada Concepción, tomó el celeste y blanco como el pigmento de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III
Buenos Aires tenía un serio problema de identidad y a pesar del 25 mayo de 1810, en 1812 se encontraba un poco perdida y con la bandera española aun flameando en los edificios públicos.
Ya desde 1810 los criollos se habían dividido en dos grandes bandos: aquellos moderados, de cierta simpatía con España, monárquicos, más bien conservadores, y por el otro lado los radicalizados, extremos, los más fervorosos, que buscaban una República al mejor estilo de la Francia revolucionaria y querían borrar de la faz del sur de América todo vestigio español.
El Triunvirato estaba dominado por la postura moderada, no estaban seguros de romper violentamente con España y mucho menos de renunciar a la monarquía como forma de gobierno.
En Rosario, en la zona donde hoy se encuentra enclavado el Monumento a la Bandera. Belgrano, envalentonado por el éxito de la escarapela, decidió ir más allá y crear un pabellón patrio.
Manuel también notaba la esquizofrenia de Buenos Aires y escribía al gobierno central que “las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado”, lo cual hacía parecer que “aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud”. Entonces avisó que “siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, mandéla hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de Vuestras Excelencias”.
Esa bandera celeste y blanca flameó a orillas del Río Paraná, el 27 de febrero de 1812, “reflejo del hermoso cielo de la patria”, escribe poéticamente Bartolomé Mitre en su biografía sobre Manuel Belgrano.
Las dos baterías organizadas por el creador de la bandera, “Libertad” e “Independencia” (la primera en tierra rosarina, la segunda en las islas), saludaron a la celeste y blanca con una salva de artillería.