Combate de San Lorenzo.

Publicado: 03 feb 2021
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Los hombres que combatirían finalmente en San Lorenzo eran unos 150 granaderos de elite que el propio San Martín había seleccionado por sus condiciones de combate, gente de temer para el enemigo, los que marchaban hacia las costas de nuestro majestuoso Paraná para hacer frente a esa amenaza, en el ardiente verano de 1813.

 

San Martín, que esperaba ansioso la oportunidad de entrar en combate, destinó vigías que, desde tierra, siguiesen los movimientos de los buques españoles y, gracias a ese trabajo de inteligencia, decidió esperar el desembarco cerca de la posta de San Lorenzo, estableciendo su cuartel en el convento de San Carlos.

 

Sus espías trabajaban intensamente y gracias a ellos pudo saber con precisión que el jefe español Zabala venía navegando por las aguas del Guazú desde el día 17 de enero con una escuadrilla que era superior a toda la flota que pudiera reunir la naciente patria: once barcos muy bien artillados con unos 300 hombres entre las tropas de desembarco y la marinería. El viento norte soplaba a favor de los justos y venía complicando la navegación a vela de la flota invasora.

 

Para el día 28 la flota realista ya andaba por San Nicolás, llegando al Rosario el 30. Allí los vio desembarcar el paisano Celedonio Escalada, quien le avisaba al jefe que estaba dispuesto a resistir con sus 22 hombres de a pie y 30 de a caballo y un cañoncito. Pero la avanzada siguió hacia el Norte, a unos 27 kilómetros de Rosario, donde el río se ensancha a la altura de la Posta de San Lorenzo, un pueblito de unos 20 ranchos, pero con el importante convento de San Carlos Borromeo, fundado por los franciscanos provenientes de la estancia del Carcarañá en 1790.

 

Cuando Febo asomó el 3 de febrero de 1813, unos 250 realistas, apoyados con 11 naves con su respectiva artillería, desembarcaron para dedicarse prolijamente a saquear lo que estuviese a su paso. Pero esta vez la población no estaba indefensa, y el ataque envolvente ordenado por San Martín los obligó a reembarcarse.

 

Los invasores españoles no salían de su asombro y todavía atragantados por la derrota publicaban este parte en La Gaceta de Montevideo: «Por derecha e izquierda del monasterio dos gruesos trozos de caballería formados en columna y bien uniformados, que a todo galope y sable en mano cargaban despreciando los fuegos de dos cañoncitos, que principiaron a hacer estragos en los enemigos desde el momento que los divisó nuestra gente. Sin embargo de la primera pérdida de los enemigos, desentendiéndose de la que les causaba nuestra artillería, cubrieron sus claros con la mayor rapidez, atacando a nuestra gente con tal denuedo que no dieron lugar a formar el cuadro. Ordenó Zabala a su gente ganar la barranca, posición mucho más ventajosa si el enemigo trataba de atacarla de nuevo. Apenas tomó esta acertada providencia, cuando vio al enemigo cargar por segunda vez con mayor violencia y esfuerzo que la primera. Nuestra gente formó aunque imperfectamente un cuadro por no haber dado lugar a hacer la evolución la velocidad con que cargó el enemigo».
El violento combate de apenas quince minutos de duración dejó, entre los patriotas, 16 muertos y 27 heridos. Entre las bajas fatales, se encontraban Juan Bautista Cabral, muerto en el combate, y Justo Germán Bermúdez, muerto por hemorragia al día siguiente. Ellos, junto al bravo puntano sobreviviente, Juan Bautista Baigorria, pudieron salvar la vida de su jefe, cuando en medio del combate su caballo bayo (no blanco, por cierto) cayó herido y le aprisionó la pierna.

 

Aquí hay dos cosas interesantes para señalar: por un lado el invento del caballo blanco y por otro, ratificar la acción y las palabras del soldado mulato o zambo Juan Bautista Cabral, ya que es el mismo San Martín, absoluto enemigo de las exageraciones y las mentiras, quien se preocupa de que recordemos el episodio, al protagonista y sus últimas palabras.

 

En una nota del 27 de febrero, San Martín le pidió al Triunvirato que atendiera especialmente la situación de las viudas y las familias de los caídos, un deber que entonces, como ocurriría también después, los funcionarios públicos no respetaban puntualmente.

 

El lenguaje y el contenido del pedido de San Martín, en el que vuelve a recordar a los héroes de la jornada, no son los habituales y hablan de su profundo humanismo: “Como sé la satisfacción que tendrá V.E. en recompensar a las familias de los individuos del regimiento, muertos en la acción de San Lorenzo, o de sus reclutas, tengo el honor de incluir a V.E. la adjunta relación de su número, país de nacimiento, y estado. No puedo prescindir de recomendar particularmente a V.E., a la viuda del capitán Justo Bermúdez, que ha quedado desamparada con una criatura de pecho, como también a la familia del granadero Juan Bautista Cabral, natural de Corrientes que, atravesado con dos heridas, no se le oyeron otros ayes que los de ‘Viva la patria, ¡muero contento por haber batido a los enemigos!’; y efectivamente a las pocas horas falleció, repitiendo las mismas palabras”