Día del Panadero.
En 1957, por decisión del Congreso Nacional, se determinó un día específico para no olvidar la importancia de dicha profesión, por el esfuerzo físico de los panaderos y su dedicación para dar de comer a la población.
El Día del Panadero se celebra el 4 de agosto porque se recuerda la primera vez que se creó un sindicato de su rubro, para defender los derechos de sus trabajadores.
Por otro lado, Buenos Aires es una de las provincias con mayor oferta gastronómica y -obviamente- no pueden faltar las mejores panaderías que atraen a miles de clientes día a día.
La panadería tiene varios años de profesión en el país. Los primeros fueron inmigrantes que trajeron de otras tierras las mejores recetas para crear «bollos» con diferentes sabores.
Sin embargo, lo único que trajeron de otros lugares no fueron las listas de ingredientes sino que también ideas anarquistas y socialistas para luchar por sus derechos.
Sus jornadas eran realmente agotadoras, «en 1887, el 65% trabajaba 10 horas, el 22% entre 11 y 14 y sólo el 13% había logrado las 8 horas«, detalló Josefina Luzuriaga en «Cien años de historia obrera en la Argentina».
.
La Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos es una de las organizaciones sindicales más antiguas y combativas del país. Fue creada con el impulso de dos dirigentes anarquistas italianos: Ettore Mattei, uno de los propulsores del movimiento obrero, y Errico Malatesta, que fue el encargado de redactar los estatutos, entre los que se destacaba la obligación de “no inmiscuirse en ningún tema político”.
Su importancia radica en el contexto de la Argentina, que atravesaba una ola de inmigrantes. Provenientes de Europa en su gran mayoría, llegaban al país con escaso dinero y sin un trabajo, por lo que la necesidad de conseguir alimentos baratos hizo que las panaderías comenzaran a multiplicarse en los barrios.
Al aumentar la demanda de panaderos, muchos de esos nuevos puestos de trabajo fueron ocupados por inmigrantes, que traían consigo viejas recetas del Viejo Continente. Sin embargo, los salarios eran muy bajos y las jornadas de más de 10 horas resultaban agotadoras.
Un año después de la fundación de la Sociedad Cosmopolita de Obreros Panaderos, llegó en enero de 1888 la primera huelga del gremio, que exigía mayores remuneraciones económicas. No obstante, las movilizaciones fueron salvajemente reprimidas por las fuerzas policiales.
El anarquismo es una doctrina filosófico-política basada en la supresión del estado y la exaltación de la libertad humana. Sostenida en la convivencia espontánea de los individuos, abogan por la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y se ubican en la vereda de enfrente del estado, las leyes, la sociedad, la familia y la religión. “Ni dios ni amo”, predican.
Los obreros panaderos quisieron dejar un testimonio de su mensaje que perdurase en el tiempo, y no tuvieron mejor idea que hacerlo con lo que producían a diario: las facturas.
Así bautizaron las bolas de fraile, el sacramento y el suspiro de monja (en algunos lugares también se los conoció como “pedos de monja”) para mofarse de los curas y de las religiosas; el vigilante, para ridiculizar a la policía; los cañoncitos y las bombas de crema, por los militares; mientras que los sabrosos libritos eran una crítica a la educación que imponía el estado. Algunos sugieren que la forma particular de la cremona, invento que un italiano desarrolló en el país, está formada por la unión de la letra A de anarquismo.
Hasta el nombre de factura tendría una connotación propagandística. Involucra las producciones que hacen los panaderos. Del latín “facere”, que significa hacer, los anarquistas la impusieron para tomar conciencia sobre el valor del trabajo.
La que se salvó fue la medialuna, que tiene más de 300 años de historia y que nació de la lucha de los austríacos contra la dominación del imperio otomano. En parte fue una burla de los panaderos de aquel país, que reprodujeron en masa la medialuna de la bandera turca cuando éstos terminaron derrotados.
Malatesta regresó a Europa en 1889 y continuó su carrera de proselitismo anarquista hasta que con Benito Mussolini perdió su libertad. En el régimen fascista terminó sus días en un arresto domiciliario y falleció en 1932 sin imaginarse que en un lejano país de la América del Sur persiste una costumbre muy arraigada, que es la de tomar mate con facturas, que remite a sueños anarquistas de un mundo que ya no existe.