Día Mundial de la Acción frente al Calentamiento Terrestre.
El 11 de diciembre de 1997, al término de la Tercera Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en Kyoto (Japón), 84 países firmaron el famoso Protocolo que toma el nombre de esa milenaria ciudad nipona, mediante el cuál se comprometían a reducir las emisiones de los seis principales gases de efecto invernadero que generan las actividades humanas.
En aquella Cumbre del clima –la tercera (COP3) de las 25 celebradas hasta ahora– también se acordó declarar el 28 de enero el “Día Mundial de la Acción frente al Calentamiento Terrestre”, también llamado “Día Mundial por la Reducción de las Emisiones de CO2”.
El objetivo de esa declaración, por parte de Naciones Unidas, fue el de crear conciencia del problema que supone seguir emitiendo sin control a la atmósfera gases de efecto invernadero. Posiblemente, ahora hay más personas conscientes de los peligros asociados al calentamiento global, pero la realidad es que en los 23 años que han transcurrido desde aquel hito de la acción climática, no sólo no hemos frenado las emisiones, sino que han aumentado a un ritmo sin precedentes desde que empezamos a quemar combustibles fósiles.
Lo cierto es que las advertencias de los científicos, no se remontan a Kyoto, sino a bastante antes, lo que hace todavía más difícil de entender la pasividad ante el mayor reto al que jamás se ha enfrentado la humanidad.
Los científicos ya venían observando un aumento imparable en la concentración del CO2 atmosférico, desde que a finales de la década de 1950 el químico estadounidense Charles D. Keeling (1928-2005) inició una serie de medidas continuas del citado gas de efecto invernadero desde el observatorio de Mauna Loa, en Hawai; un lugar remoto, de alta montaña, situado en mitad del Pacífico Norte.
Allí se consiguen obtener medidas sin distorsiones, que representan fielmente el comportamiento del CO2 a nivel global. A medida que fueron transcurriendo los años, la curva de Keeling mostró un ascenso, que ha seguido inquebrantable hasta la fecha. Con independencia del año que seleccionemos de la serie, el diente de sierra que marca el máximo anual en cuestión, es mayor que el del año anterior y menor que el del posterior.
Cuando en 1958, Keeling completó el primer año completo de medidas, la concentración de CO2 alcanzó las 315 partes por millón (ppm).
En 2013 se alcanzaron por primera vez las 400 ppm. Se rompía una barrera psicológica y se reforzaba un hecho que necesariamente invita a la reflexión: desde que los seres humanos estamos en la Tierra, nunca antes la concentración de CO2 en la atmósfera fue tan elevada, y sigue subiendo, con dientes de sierra cada vez más altos.
En 2020 se alcanzó un promedio anual de algo más de 414 ppm (el máximo primaveral alcanzó las 417 ppm) y según pronostica el Met Office, en 2021 el promedio anual será 2,29 ppm más alto –con un margen de error de 0,55 partes por millón–, por lo que posiblemente el pico máximo quede muy cerca de las 220 ppm, si es que no llega a superarse.
Pensemos, para terminar, que si logramos afrontar con éxito y eficacia la reducción requerida de emisiones, en los plazos marcados ¿Empezaríamos a ver primero una estabilización y posteriormente un descenso en las concentraciones de CO2 en la atmósfera? Si hacemos caso a las proyecciones climáticas, en el mejor de los escenarios (para nuestros intereses) que plantea el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) en su último Informe (el llamado RCP 2.6 o conjunto estándares de posibles escenarios futuros modelados) eso empezaría a ser una realidad al poco tiempo de iniciar la profunda transformación energética, económica y social.
No obstante, las inercias del sistema climático están ahí, actuando a la sombra, y todavía no sabemos lo suficiente sobre ellas. La única certeza es que llevamos demasiado tiempo sin pisar el freno y ya sólo nos queda recurrir al de emergencia y cruzar los dedos confiando en que funcione.
Efectos del calentamiento global:
Derretimiento de los glaciares, desaparición de ecosistemas, deshielo, aumento del nivel del mar, islas que están desapareciendo, precipitación de la humedad y cambios en el régimen de las lluvias, son algunos de los efectos que la tierra ya enfrenta a causa del calentamiento global.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), que incluye a más de 1.300 científicos de Estados Unidos y de otros países, predice un aumento de la temperatura de entre 2,5 y 10 grados Fahrenheit durante este siglo.