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Golpe de Estado en Bolivia.
Publicado: 11 nov 2019
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El golpe de estado que se produjo en el Estado Plurinacional de Bolivia (aún no reconocido por los líderes derechistas de Brasil, Argentina, Chile o Perú) nos muestra el grado de decadencia que estan pasando las democracias en América Latina y las complicidades e injerencia de los EEUU en las decisiones que no pueden controlar «por los votos».
La forzada renuncia del presidente Evo Morales y del vicepresidente Alvaro García Linera es la consecuencia de un golpe cívico, político y policial que de manera abierta intentó descalificar el triunfo electoral y que, incluso desde antes de las elecciones que se realizaron el 20 de octubre, anunciaron la decisión de desconocer cualquier resultado que favoreciera al presidente Evo Morales.
La pérdida de negocios y de privilegios de los poderosos del mundo combinado con los tradicionales «cipayos» nativos que también se sienten excluídos de las incalculables ganancias de antaño, alientan estas experiencias que pensábamos estaban desterradas de las prácticas políticas.
Por más que se administre de modo ejemplar la economía como lo hizo el gobierno de Evo, se garantice crecimiento, la redistribución, el flujo de inversiones y se mejoren todos los indicadores macro y microeconómicos, la derecha y el imperialismo jamás van a aceptar a un gobierno que no se ponga al servicio de sus intereses.
Calificándolo de ladrón, corrupto, dictador o ignorante, comunicadores sociales, autoproclamados como “periodistas independientes”, taladran el cerebro de la población con tales difamaciones, acompañadas, en este caso por mensajes de odio dirigidos en contra de los pueblos originarios y los pobres en general.
La dirigencia política que no «llega» por sus votos y las elites económicas reclaman “un cambio”, poner fin a “la dictadura”, en este caso la de Evo.
Las fuerzas de seguridad lo único que hacen (si no reprimen como en Chile) es retirarse de la escena y dejar el campo libre para la descontrolada actuación de las hordas fascistas –como las que actuaron en Ucrania, en Libia, en Irak, en Siria para derrocar, o tratar de hacerlo en este último caso, a líderes molestos para el imperio– y de ese modo intimidar a la población, a la militancia y a las propias figuras del gobierno.
La seguridad y el orden público no deben jamás ser confiadas (como en Bolivia) a instituciones como la policía y el ejército, colonizadas por el imperialismo y sus lacayos de la derecha autóctona.
Cuando se lanzó la ofensiva en contra de Evo se optó por una política de apaciguamiento y de no responder a las provocaciones de los fascistas. Esto sirvió para envalentonarlos y acrecentar la apuesta: primero, exigir balotaje; después, fraude y nuevas elecciones; enseguida, elecciones pero sin Evo (como en Brasil, sin Lula); más tarde, renuncia de Evo; finalmente, sembrar el terror con la complicidad de policías y militares y forzar a Evo a renunciar.
De manual; sólo nos queda preguntarnos si aprenderemos las lecciones que nos sigue dando la historia. Honduras 2009, Paraguay 2012, Brasil 2016, Bolivia 2019 y Venezuela (siempre) son ejemplos concretos.
Los heridos, los muertos, los desaparecidos, los incendios y las violaciones son siempre contra el mismo sector, sea cual fuese el país o la región que padece esta «rutina escrita en el norte».
El Gobierno macrista espera órdenes de la Casa Blanca en vez de retomar la histórica postura de los gobiernos democráticos frente a los golpes de Estado. Los “republicanos” argentinos, políticos, comunicadores, «pueblo preocupado» se sacan la máscara por centésima vez.