Homilía de Monseñor Jorge García Cuerva por el 25 de Mayo
Vuelve aquí la pregunta que a veces suele confundir a partir de algunos titulares.
¿Habló “la Iglesia”?
Fue el arzobispo de Buenos Aires en nombre propio y, como tal, no ostenta la representación institucional ni siquiera de toda la jerarquía. Es seguro que hay un grupo de obispos que no se siente representado en esas palabras. Pero no menos cierto es que lo dicho por García Cuerva en la catedral expresa cada vez más el sentir mayoritario de la jerarquía católica y de parte de su feligresía.
«Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». Y les dijo: «¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?». Pero ellos callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano». El la extendió y su mano quedó curada. Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él. Marcos 3, 1-6
El mensaje que compartiré quiere ser un aporte, a la luz de la Palabra de Dios, para la reflexión de todos los actores de la sociedad argentina, convencido que entre todos construimos la Patria, más allá de saber que, luego, puedan ser tomadas frases aisladas para querer alimentar la fragmentación.
Una vez más la conmemoración de un momento importante en la vida de nuestra Patria nos convoca a celebrar este Te Deum; celebración de acción de gracias al Señor por gestas pasadas que nos constituyeron como Nación y nos ayudan a mantener viva la memoria, custodiando el alma de nuestro Pueblo.
Esta conmemoración, como toda celebración del pasado, habilita muchos escenarios y posibilidades. Podemos acercarnos desde distintas y lícitas miradas para la vida y salud de una comunidad: muchos podrán apelar a diagnósticos de situación; otros podrán hacerlo en clave de crítica y denuncia tantas veces profética: otros podrán hablar y mencionar proyectos y compromisos a futuro recordando acciones y omisiones de unos y de otros, donde siempre serán necesarios el disenso y el debate. Todas acciones válidas para la vida de una Nación.
Pero en este momento, la clave nos la da la propia celebración del Te Deum que, en primer lugar, es un himno de agradecimiento, es un himno que nos invita a reconocer y regenerar nuestra vida como sociedad, desde la gratitud.
Reconozco que, en muchas situaciones, el agradecimiento, puede sonar como algo poco práctico o realista, algo inocente o naïf de aquellos que tienen la panza llena y viven abstraídos de la realidad; no niego que, tantas veces, pueda ser utilizado así. Pero en su origen, este himno de acción de gracias fue y es entonado no sólo como el canto de liberación de los que vivieron bajo el yugo y la opresión, bajo la miseria y la humillación, sino que también es un canto que ayudó, y ayuda, a mantener viva la certeza de que todas esas situaciones no tienen la última palabra. El Te Deum es también el canto obstinado de aquellos que no quieren dejar morir la esperanza.
Estamos invitados a probar la fuerza subversiva de la gratitud que no se sustenta en la violencia ni el desprestigio del otro, que no construye en base a la denigración ni manipulación, sino que es capaz de despertar la fuerza de la solidaridad como forma de construir la historia, y de la creatividad como dimensión esencial para generar nuevas posibilidades.
Es esa misma acción de gracias que se habrá hecho sentir dentro del templo cuando el hombre de la mano paralizada fue curado por Jesús. (Cfr. Mc 3, 5)
Hoy también nos ponemos delante de Dios como Nación, y le pedimos que nos cure, porque parecemos tener las manos paralizadas para el encuentro que construye fraternidad, las manos paralizadas para abrazar a los heridos por la soledad y la tristeza, las manos paralizadas para ser solidarios con los que menos tienen; y también le pedimos a Dios nos preserve de las manos manchadas de sangre por el narcotráfico, las manos sucias de la corrupción y la coima, las manos en el bolsillo del egoísmo y la indiferencia.
Sí, necesitamos que Dios nos cure, y se lo pedimos con mucha fe en esta acción de gracias. Porque, para que la acción de gracias sea posible, tenemos que tomarnos en serio las parálisis de nuestro pueblo. Sabemos que hay parálisis que no se pueden procrastinar. Su postergación, en nombre de un futuro prometedor, generarían consecuencias nefastas por irreversibles en la vida de las personas y, por tanto, de toda la sociedad. Un precio muy alto a pagar que no nos podemos permitir: la malnutrición en la primera infancia; la falta de escolarización y accesibilidad a los servicios de salud; los ancianos y jubilados incapaces de sostenerse diariamente con un mínimo de dignidad, son algunos de esos ejemplos impostergables.
A la vez, no es un detalle menor la descripción que se hace de los sentimientos de Jesús ante la dureza del corazón de los fariseos. (Cfr. Mc 3, 5) El Señor tiene una mirada de indignación; está enojado, está verdaderamente irritado ante tanta crueldad de esos hombres que no se conmueven ante el sufrimiento del hombre enfermo. En el contexto actual, y con mucha humildad, quisiera pedir a todos que sintamos también hoy sobre nosotros la mirada fuerte de Jesús que nos interpela, que nos cuestiona, que nos alerta sobre nuestra insensibilidad con los más desprotegidos, que nos reclama mayor compromiso y cercanía con los que sufren. Que cada uno, y todos a la vez, desde la responsabilidad que tenemos en la comunidad, podamos dejarnos mirar por Dios, dejándonos cuestionar por la conciencia, y nos preguntemos: en estos tiempos tan difíciles ¿qué estoy haciendo por los más pobres? Porque fácilmente nos sale reclamar a otros que se comprometan, pero yo ¿qué hago?, ¿podremos mirarnos y responder esa pregunta sin echar culpas como adolescentes, sino desde la responsabilidad de hacernos cargo, incluso si es necesario, realizando una autocrítica madura que tanto necesita escuchar alguna vez nuestro pueblo? Porque nuestra gente está haciendo un esfuerzo muy grande no podemos nosotros “hacernos los tontos”; hay que acompañar con hechos y no solo con palabras ese enorme esfuerzo; por eso siguen doliendo algunas acciones de la dirigencia divorciadas de la ciudadanía de a pie, como los tan comentados “auto aumentos” de sueldos de hace algunas semanas.
Hacia el final del evangelio, San Marcos nos relata que “los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con Jesús” (Mc 3, 6). Estos dos grupos parecen superar la grieta; son dos grupos religiosos y políticos muy distintos. Tienen diferentes ideas y concepciones de la vida, pero se juntan. Sí, se juntan. Se unen, pero no para construir, no para hacer el bien; lo hacen con el único afán de pensar cómo matar a Jesús. Hace unos días el Papa Francisco nos decía a los argentinos: “que la grieta se termine, no con silencios y complicidades, sino mirándonos a los ojos, reconociendo errores y erradicando la exclusión” e invitaba también al mundo a una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica. Para eso, y entre otras cosas, deberemos desterrar la conocida “doble vara” que no nos permite ser ecuánimes, porque nos expresamos desde el prisma partidista que nos empaña, nos obnubila y nos hace injustos, y terminamos defendiendo lo indefendible.
No es lo mismo unirse que confabular, no es lo mismo fraternizar y forjar la cultura del encuentro que ser cómplices del mal con el sólo ánimo de destruir al otro, de pensar estrategias para que al otro le vaya mal, creyendo que “cuanto peor, mejor”. Eso nos destruye a todos y carcome los cimientos de la Patria, es como un sismo que no nos permite nunca ponernos de pie. El pasado nos enseña que todo lo que amamos se puede destruir en base a la instrumentalización y el odio, ya que priva al cuerpo social de las defensas naturales contra la desintegración y la fragmentación social: rédito instantáneo para los saqueadores de turno e incapacidad presente para pensarnos como Nación. Hay pocas cosas que corrompen y socaban más a un pueblo que el hábito de odiar.
El evangelio no relata cómo continúa la vida del hombre sanado por Jesús. Pero podemos imaginarlo: su alegría habrá sido grande; su esperanza, renovada; su acción de gracias, profunda y continua. Habrá salido del templo y compartido con todo el pueblo la dicha de haber sido curado.
Desde este momento y hasta el Te Deum del año próximo queremos comprometernos delante de Dios a generar todas las acciones de gobierno y políticas públicas necesarias para que la acción de gracias de hoy no quede encerrada en la catedral y congelada en este día, sino que continúe en las calles y en la vida de todos los argentinos que se descubren sanados en su dignidad, dignificados en su trabajo, esperanzados en el futuro de sus hijos y nietos, hermanados en la tan ansiada unidad nacional, reconstruyendo la Patria, nuestra Argentina que tanto amamos y, a la vez, tanto nos duele.»
Fuente: El Diario AR