Las Enfermedades Cardiovasculares y la Salud Renal.
La prevención de las enfermedades cardiovasculares (ECV) cumple un rol fundamental en la preservación de la salud renal.
Alrededor del 10% de la población adulta mundial padece algún grado de enfermedad renal y, en este grupo, se multiplica por 10 el riesgo de padecer episodios cardiovasculares.
Sumado a esto, las causas cardiovasculares son responsables de más de la mitad de las muertes en los pacientes con enfermedad renal crónica, incluso superando a las infecciosas.
La ECV es más prevalente cuando el filtrado o funcionamiento renal cae por debajo del 60%, como así también cuando existe pérdida de albúmina o proteínas en la orina. Por lo tanto, todos los esfuerzos que hagamos para prevenir las enfermedades cardiovasculares redundarán en la mejora de la salud renal y, de la misma manera, la prevención de la enfermedad renal beneficiará a las enfermedades cardiovasculares.
Las personas que padecen enfermedad renal crónica (ERC), presentan una susceptibilidad de sufrir un evento cardiovascular (infarto agudo de miocardio, accidente cerebrovascular, angina de pecho) a 10 años y este riesgo va en aumento si la enfermedad renal presenta progresión.
Es por eso que, es vital el diagnóstico e intervención temprana del especialista nefrólogo, o de un grupo interdisciplinario, especialmente si se trata de pacientes mayores de 50 años y aquellos que llegaron a la ERC debido a la diabetes o hipertensión arterial, causas más frecuentes de la enfermedad renal crónica.
Estos grupos deben controlarse de manera frecuente y se recomiendan conductas que los protejan de ambas enfermedades, entre ellas:
Comer de manera saludable y mantener el peso bajo control.
Mantenerse en forma y activo, realizar actividad física de acuerdo a las posibilidades.
No fumar y en caso de hacerlo, abandonar el hábito tabáquico.
Mantener una ingesta de líquidos saludable (la cantidad dependerá de la contextura física, clima y actividad física que realice). Como norma podríamos tomar la regla de 8 vasos por día.
Mantener los niveles de azúcar en sangre dentro de los valores normales y más aún si presenta diagnóstico de diabetes.
Controlar la presión arterial en forma regular, presente o no diagnóstico de hipertensión arterial y bajo ninguna circunstancia abandonar el tratamiento.
Determinar la función renal si se tiene uno o más factores de riesgo (recordar al médico de cabecera que en la rutina incluya la creatinina en sangre y la detección de proteínas en la orina).
No automedicarse, especialmente evitar antiinflamatorios ya que los mismos tomados de manera abusiva pueden dañar la función renal.
Si se sufrió un evento cardiovascular, debe buscarse el daño concomitante en la función renal.
Como conclusión, la ERC tiene una estrecha relación con la ECV, no solo por ser una ECNT, sino también, por tener factores de riesgo comunes o propios que explican la elevada incidencia de arterioesclerosis (afectación de los vasos sanguíneos) y daño cardíaco (como agrandamiento cardiaco o hipertrofia ventricular izquierda). La afección cardiovascular es muy precoz y está presente en las fases iniciales de la ERC.
Cuando la función renal empieza a declinar, la probabilidad de complicaciones cardiovasculares se incrementa exponencialmente, y en las fases avanzadas, la morbimortalidad cardiovascular es muy elevada. Conocer todos los mecanismos implicados, así como la corrección de los factores de riesgo modificables, podrá amortiguar el desfavorable impacto en el pronóstico de estos pacientes.
Para finalizar, es de suma relevancia reconocer que la ERC constituye un desafío significativo en el ámbito de la salud pública debido a su amplio impacto, presencia, complicaciones asociadas y costos relacionados. En este sentido, es importante que los gobiernos consideren la implementación prioritaria de programas de detección y seguimiento para comprender mejor su alcance, epidemiología, impacto en la morbimortalidad y tendencias.