Muerte de Alberto Olmedo.
Alberto Orlando Olmedo, apodado el Negro, fue un actor y humorista argentino, considerado popularmente como uno de los capocómicos más importantes en la historia del espectáculo de su país, por su destacada labor en televisión, cine y teatro.
Había nacido en Rosario, Santa Fe, Argentina el 24 de agosto de 1933.
El capocómico falleció en la mañana gris de Mar del Plata del 5 de marzo de 1988. Tenía 54 años y cayó desde el piso 11 del edificio Maral 39 frente al mar.
La imagen de ese día fue la de un hombre de mediana edad, en cuero, colgando de uno de los balcones del piso 11 del edificio imponente que enfrentaba al mar, el Maral 39 intentando subir una de sus piernas para engancharla en la baranda antes de que sus manos no resistieran más.
Una mujer, Nancy Herrera, del lado de adentro del balcón trataba de ayudarlo, hacía una fuerza inútil por traerlo de vuelta: la física estaba en su contra. La mujer tironeaba y gritaba. Hasta que el hombre no aguantó más y se soltó. Y cayó con los ojos abiertos, fijos en ella, en silencio, sólo rompiéndolo por el silbido del cuerpo atravesando el aire, con los brazos abiertos, en cruz.
Ese verano había sido, para Alberto Olmedo, el de los grandes contrastes.
En el teatro, su obra «El Negro No Puede» batió todo los récords de recaudación en la historia de las temporadas de verano.
En menos de tres meses lo vieron 120.000 espectadores. No sólo nunca tuvo localidades vacías sino que en cada función, tuvieron que recurrir a un viejo truco de los productores marplatenses: agregaban sillas en los pasillos y al costado de la sala para que entrara más público.
Los sábados había tres funciones. Sus chicas, las actrices y modelos despampanantes que lo acompañaban –sobre las tablas y en la tele-, se habían convertido en las sex symbols indiscutidas del país. Susana Romero, Beatriz Salomón y Silvia Pérez monopolizaban tapas de revistas y los sueños húmedos de gran parte de la población; hasta había salido una edición especial de Playboy, Las Chicas de Olmedo, compilando sus desnudos: la publicación se agotó en horas.
A la salida del teatro, los miembros del elenco (en especial Olmedo y las chicas) debían ser custodiados por guardaespaldas para que el cariño o el fervor del público no los aplastara.
«No Toca Botón», ya en el Canal 9 de Romay, monopolizaba el rating de los viernes a la noche, borraba a la competencia. Y, como nunca antes en su –exitosísima- carrera, el público lo había elegido. Y la mejor demostración de eso no eran los espectaculares números de rating, ni siquiera el sharing, que marcaba que se quedaba con el gran porcentaje de los que prendían la tele los viernes a la noche. La prueba era que sus personajes y sus frases, los latiguillos que los identificaban, se metieron en el habla cotidiana. Adianchi, Hay Efectivo, Éramos Tan Pobres, De Acáaaa y muchas más.
Se encontraron en el departamento del piso 11. Hablaron y tomaron mucho.
Se supone, eso declaró Nancy, que le contó que estaba embarazada. Los festejos se multiplicaron. Hasta las 8 de la mañana, hasta el momento en que Olmedo salió al balcón.
Nadie sabe bien qué sucedieron esas horas y en especial en ese minuto en el balcón. Tal vez, a esta altura, ni siquiera Nancy Herrera lo sepa.
Eran tiempos en que la gente sólo se informaba por los diarios (matutinos y vespertinos), por la radio y por la televisión, las noticias circulaban sin tanta urgencia, con mayor morosidad. Sin embargo la muerte de Olmedo se propagó con fuerza viral. Fue una verdadera conmoción. Creo que no hay nadie que no recuerde el momento en que se enteró. Las imágenes del cuerpo sobre el asfalto fueron repetidas hasta el hartazgo por los noticieros, en especial por el de Teledos de Héctor Ricardo García.
El cimbronazo en la gente, el espanto y el dolor son (muy) comprensibles. Pocas veces en la historia del espectáculo argentino, un artista murió en el pico de su carrera, en la cima de la popularidad.
Gardel y Rodrigo podrían ser los otros dos casos. Olmedo en 1988 era junto a Susana Giménez la figura más importante de la televisión argentina. Y probablemente, el artista popular más querido y taquillero.
Al día siguiente, muchos de los matutinos de alcance nacional hablaron de suicidio. Crónica, Página 12, La Nación. Clarín optó por un “Se mató Olmedo”, que podía ser leído con mayor ambigüedad.
Sus amigos más cercanos y la gran mayoría de los integrantes de su troupe artística, en esos primeros momentos, estaban convencidos de que Olmedo se había quitado la vida. Habían acompañado su depresión del último año, el dolor, la insatisfacción con la vida que llevaba. Se sentía demasiado solo. Los hijos, el afecto de sus ex esposas (Judith Jaroslavsky y Tita Russ, siempre lo acompañaron y hablaron bien de él durante décadas), sus amigos, las mujeres, el público que se le abalanzaba cada vez que aparecía en la calle y el éxito descomunal no le bastaban.
Le pesaba la soledad, la ruptura de la pareja, el desengaño, la traición. Pero también, estaban ahí, nunca se habían ido, el hambre, el frío y el desamparo de la infancia en Rosario. El padre que los abandona, la lucha de la madre por mantenerlos a él y a su hermana menor, el conventillo, el baño compartido con varias familias de desconocidos, el trabajo desde los siete años en la calle, el frío que trataba de paliar con papel de diario debajo de la camiseta, las comidas salteadas, monótonas y escasas.
La bruma del suicidio se fue disipando con la declaración de Nancy Herrera. Pero sus palabras enfrentaban el problema de la desconfianza. Era vista como la culpable, la que había ocasionado la tragedia. Sin ella, pensaban los allegados, nada hubiera pasado. Su relato se fortaleció con las declaraciones de los pocos testigos que escucharon y vieron los momentos finales de los hechos en el balcón. Jóvenes a los que los gritos de auxilio de Olmedo y de desesperación de Nancy despertaron. Pensaron, por un momento, en el atontamiento del despertar brusco, mientras la realidad se confundía con el sueño, que se trataba de una pelea entre padre e hija. “¡Agarrame la pierna. No me sueltes!”, gritaba Olmedo. “No puedo, Papi. No puedo”, respondía desesperada Nancy.
Cuando ya no pudo más, cuando la fuerza lo abandonó, una mano se deslizó de la baranda y la otra soltó a Nancy. El cuerpo cayó vertical once pisos, casi cuarenta metros. Rebotó contra un cantero, pegado a la vereda y terminó en el pavimento. Boca arriba, los brazos desplegados, un ojo abierto. El jean se rompió en la entrepierna con el impacto, se veía el slip rojo (para la buena suerte), había sangre en las piernas que parecían descoyuntadas, con sus botas marrones favoritas. Una imagen que se fijó en una generación, entre el pavor, la impresión y el desgarramiento de perder a un ser querido.
Un joven médico interrumpió su carrera y trató de reanimarlo. Otros más se acercaron. Lo reconocieron enseguida. Los curiosos se empezaron a juntar. Un vecino de 17 años cruzó al otro balcón del departamento que alquilaba el cómico para ayudar a Nancy que gritaba con medio cuerpo por sobre la baranda mirando hacia abajo. El chico entró por el dormitorio y quiso abrir la puerta del departamento para que ingresaran los vecinos que se acumulaban ya en el pasillo. Pero estaba cerrada con llave y no la encontraba. Buscó y las halló en la mesa de la cocina. Apenas abrió la puerta fueron varios los que corrieron a sacar a Nancy del balcón.
Pasaron 37 años y la muerte de Alberto Olmedo, el gran actor cómico de la televisión argentina, el que derrumbó la cuarta pared, el que hizo de la improvisación un arte, el que tenía un don natural para hacer reír, el capitán Piluso que hizo tomar la merienda y que trató de igual a igual a millones de chicos; su muerte sigue estando rodeada de misterio y de incomprensión. Es una de las características de lo absurdo.
Fuente: Infobae