De reconocida militancia peronista aunque con un perfil díscolo que cada tanto manifestaba en críticas o cuestionamientos a algunos de sus referentes, escribió textos políticos memorables como «Peronismo, filosofía política de una persistencia argentina»- y hasta una biografía de Néstor Kirchner titulada «El flaco», donde construye un retrato del expresidente a partir de la fluida relación que mantuvieron entre 2003 y 2006.
Feinmann se había doctorado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, donde fue además profesor.
En 2001, recibió el premio Konex de platino en la disciplina Guion de Cine y Televisión, en 2004 el premio Konex (Diploma al Mérito) en la disciplina Ensayo Político y en 2014 otro Diploma al Mérito en la disciplina Ensayo Político y Sociológico.
Su producción se ramifica en alrededor de una quincena de novelas y una treintena de ensayos, obras de teatro y de televisión, nouvelles, cuentos y relatos, muchos de ellos traducidos a varias lenguas.
En 1979, Feinmann publicó su primera novela, «Últimos días de la víctima, en la que narra la pesquisa que inicia un sicario de nombre Raúl Mendizábal cuando recibe el encargo de matar a su próxima víctima. En su debut en este campo, el escritor condensó la tradición del policial negro que va de Dashiell Hammett a Jorge Luis Borges para construir una lectura política sobre la Argentina de esos años. El libro fue llevado al cine en 1982 por Adolfo Aristarain, quien logró condensar en clave metafórica los procedimientos siniestros de la dictadura, pero con la sutileza suficiente como para burlar la censura de la dictadura militar.
Su siguiente novela fue «Ni el tiro del final», un título que reproduce una estrofa del tango «Desencuentro», donde a través de una trama policial atípica en la que sobresale el humor y la parodia postula un análisis del género que explicita su procedimientos y el agotamiento de algunos de sus temas. No faltan en esta trama las traiciones, los chantajes y las mujeres fatales, casi una letras de tango leída en clave de policial.
Para muchos, incluso para él mismo, su mejor novela fue «La astucia de la razón» (1990), en la que narra la vida un estudiante de filosofía y militante peronista -alter ego del propio Feinmann-, que desarrolla un trastorno obsesivo en vísperas del golpe militar de 1976 que lo lleva a la deconstrucción de su memoria.
La realidad argentina vuelve a aparecer otra vez en clave satírica en 1994 cuando publica «Los crímenes de Van Gogh». Allí retrata a distintos personajes grotescos y desmesurados con los que compone una crónica de la narrativa menemista.
En el ensayo «La filosofía y el barro de la historia», el filósofo marca que su afición al género negro tiene una raíz política: mientras que en el policial clásico el asesino es aquel «que se ha desquiciado, de aquí que una vez atrapado y entregado a la Justicia todo siga igual», en la novela negra el criminal es apenas un emergente «de la turbia moral capitalista».
En los últimos años enfrentó graves problemas de salud. Estuvo internado dos meses y medio tras sufrir un ACV en marzo de 2016 y debió someterse a un tratamiento para recuperar la movilidad en sus piernas.
«Con la dictadura, tres meses antes del golpe de Estado, tuve un tumor canceroso en un testículo. Fue tremendo también porque el terror del golpe y todos los amigos que se iban o desaparecían, las amenazas, los discursos de los militares y el miedo de las células internas que podían hacer metástasis. Es decir había un miedo externo y un miedo interno, así que ahí también la pasé muy mal. O sea, los gobiernos de derecha me enferman», señaló con ironía en ese reportaje televisivo.
En junio pasado, Feinmann se mostró golpeado por la muerte del sociólogo e intelectual, aquel compañero generacional con el que participó de lo inicios de Carta Abierta. «Te quise mucho, Horacio. Esperame. No voy a demorar. Así lo siento hoy, ahora, mientras escribo estas líneas tristes, esta despedida», expresó en ese entonces.