Paso a la Inmortalidad del General San Martín.
El 17 de agosto se cumple un nuevo aniversario del deceso del General San Martín, el Libertador de América. Falleció el 17 de agosto de 1850 en Boulogne-sur Mer, Francia.
En Argentina se le reconoce como el “Padre de la Patria”.
En Perú, se lo recuerda libertador de aquel país, con los títulos de “Fundador de la Libertad del Perú”, “Fundador de la República” y “Generalísimo de las Armas”.
En Chile su ejército lo ha destacado con el grado de Capitán General.
Pero más allá de su gesta libertadora, San Martín es una pieza fundamental en la construcción de nuestra identidad nacional
A partir de su célebre figura y heroico proceder, se construye esa gran narración que nos explica como país. Por eso, rememorar su vida a partir de un nuevo aniversario de su muerte es recordar ese relato que escuchamos en los actos escolares de nuestra infancia, esa gran narración que nos conformó como comunidad y que debemos pensar y reconsiderar en nuestro camino hacia una patria justa, libre y soberana.
José de San Martín fue militar y un político preocupado por su Pueblo. Participó en la organización del Ejército que liberó el sur de América, y cuando le tocó ser Gobernador de Cuyo, favoreció la industria y el comercio local, en medio de la organización del Cruce de Los Andes.
Comenzó su carrera militar en España, pero al enterarse de los hechos de mayo de 1810, decidió pedir el retiro del ejército español para poner sus conocimientos y experiencia al servicio de la naciente revolución americana.
Había tomado contacto en España con círculos liberales y revolucionarios que veían con simpatía la lucha por la emancipación americana.
Una vez en América, se dedicó a la organización de los ejércitos libertadores (primero los Granaderos, luego el Ejército de Los Andes), pero también participó activamente en la política local, como en la formación del Segundo Triunvirato y en la Gobernación de Cuyo.
Formado en España, en lo cultural, como hombre y como político, y fuertemente influido por lo que él llamaba «El Evangelio de los Derechos del Hombre», es decir, la Revolución Francesa; San Martín era americano por nacimiento, pero muy hispano (por batallas, amores, estudios, sentimiento y pensamiento), un indo-hispano diríamos, un liberal revolucionario como los de las Juntas Populares de 1808 en España, como eran también los de las juntas populares liberales de América surgidas entre 1809 y 1811.
San Martín luchó por la liberación y unificación de varios países, construyó junto a Simón Bolívar la libertad de sus compatriotas y respetó a los pueblos originarios, a quienes llamaba ‘nuestros paisanos, los indios’; popular en tanto escribió: «Odio todo lo que es lujo y aristocracia»; intervencionista en economía (como lo demostró en Perú) y hasta expropiador ante las necesidades (como lo demostró en Cuyo). Cabe señalar que la gobernación intendencia de Cuyo había sido creada el 29 de noviembre de 1813, con jurisdicción sobre las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis, separadas por esta decisión de la de Córdoba.
El 4 de diciembre de 1823, San Martín llegó a Buenos Aires y por pocos días se hospedó en una quinta de la familia Escalada sita en el antiguo partido de San José de Flores (ahora Parque de los Patricios).
Desde allí retornó a la ciudad para visitar a las autoridades políticas de la provincia de Buenos Aires, quienes le retribuyeron la cortesía. Pero, pronto comenzó a manifestarse un ambiente de hostilidad en torno de su persona, a la vez que se le atribuían absurdos proyectos y actitudes.
Resolvió trasladarse a Europa para dar a su hija una educación escolar esmerada. También esperaba que este alejamiento le permitiera evadirse del molesto ambiente que le habían creado en Buenos Aires algunos ingratos.
Padre e hija partieron de Buenos Aires el 10 de febrero de 1824, aunque el Libertador esperaba regresar prontamente.
Decidió retornar a Buenos Aires para atender sus asuntos personales, en particular los de carácter económico. Alentado por la convicción de que hallaría a sus compatriotas en paz, se embarcó a fines de 1828, pero al pasar por Río de Janeiro tuvo noticias del movimiento revolucionario iniciado en Buenos Aires el 1 de diciembre de 1828 por el general Juan Lavalle, su antiguo subordinado, y del posterior fusilamiento del gobernador legítimo, coronel Manuel Dorrego.
Ambos hechos, alentados por el Partido Unitario, determinaron que el Libertador decidiera no desembarcar en la capital porteña, permaneciendo a bordo del buque Countess of Chichester, que lo había traído, y hacerlo en Montevideo. Hasta allí llegaron delegados del general Lavalle para ofrecerle el mando militar y político de la provincia de Buenos Aires.
Tras rechazar la proposición, San Martín escribió una carta al jefe revolucionario en la que le decía: «Sin otro derecho que el de haber sido su compañero de armas, permítame usted, general, le haga una sola reflexión, a saber: que aunque los hombres en general juzgan de lo pasado según su verdadera justicia, y de lo presente según sus intereses, en la situación en que usted se halla, una sola víctima que pueda economizar a su país le servirá de un consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halle usted empeñado, porque esta satisfacción no depende de los demás sino de uno mismo «.
Consecuente con su principio de no desenvainar su sable para luchar en contiendas facciosas, el 17 de abril se marchó de Montevideo para regresar a Bruselas pasando, previamente, por Inglaterra y Francia. El ostracismo que el héroe se impuso al alejarse por segunda vez de las tierras rioplatenses no tenía carácter definitivo en su sentir íntimo. En cuanto a su duración, la subordinó a los sucesos que por entonces se desarrollaban en su patria.
Con dignidad y delicadeza, ofreció sus servicios al gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, brigadier general Juan Manuel de Rosas ante el ataque imperialista que desembocó en la «Vuelta de Obligado».
Así le decía en una carta remitida desde Grand Bourg en agosto de 1838: «He visto por los papeles públicos de ésta el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad, que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria que me vio nacer».
Escribirá en 1839: «Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer».
Sabedor San Martín del combate de la Vuelta de Obligado, en el que soldados argentinos enfrentaron a los invasores europeos, escribió en 1848 a Rosas lo siguiente: «Los interventores habrán visto lo que son los argentinos. A tal proceder no nos queda otro partido que cumplir con el deber de hombres libres, sea cual sea la suerte que nos prepare el destino, que por mi íntima convicción no sería un momento dudoso en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra patria si las naciones europeas triunfan en esta contienda que, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España».
San Martín podía hablar con libertad y firmeza porque su pensamiento y su acción estaban irrevocablemente unidos a quienes ponían vida, haberes y fama al servicio de la libertad de las nuevas naciones. Así lo dijo por este tiempo al escribir a su amigo Tomás Guido: «Usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy del Partido Americano».
En 1848, debido a la agitación reinante en gran parte de Francia, San Martín dejó Grand Bourg y, acompañado por su familia, se trasladó a Boulogne-sur-Mer. Desde allí resultaría más fácil y rápido pasar a Gran Bretaña.
En Boulogne-sur-Mer, a las 3 de la tarde del 17 de agosto de 1850, falleció don José de San Martín, brigadier general de la Confederación Argentina, capitán general de la República de Chile y generalísimo de la del Perú y fundador de su libertad.
Se hallaban a su lado su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce, sus nietas, el representante de Chile en Francia don Francisco Javier Rosales y el doctor Jordán, quien lo asistió como médico. El diplomático chileno, al comunicar a su gobierno la triste nueva, expresó que el Libertador «acabó sus días con la calma del justo en los brazos de su afligida y virtuosa familia».
En 1880, los restos del Padre de la Patria fueron trasladados desde Francia a Buenos Aires para ser depositados en el mausoleo que al efecto se erigió en la Catedral. Figuras simbólicas que representan a la Argentina, Chile y Perú le rinden guardia permanente.
Renunció a la gloria y envainó dignamente su corvo, que nunca fue usado para avasallar naciones. La posteridad, a quien San Martín confiaba el juicio de su vida y de sus acciones, lo proclama, como ha expresado el autor peruano Mariano Felipe Paz Soldán: «El más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza, y a quien el Perú, Chile y las Provincias Argentinas le deben su vida y su ser político».