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Recordando a Discepolín…
Publicado: 23 dic 2018
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El 23 de diciembre de 1951 falleció Enrique Santos Discepolo.
¿De qué se murió? Nadie lo sabe. Lo revisaron los mejores médicos y ninguno atinó a darle un diagnóstico preciso a su enfermedad. Según su biógrafo Norberto Galasso, falleció de tristeza. A su velorio, rehuído como la peste por los antiperonistas que lo odiaban, llegó una corona de Evita con una frase más que elocuente: “Hasta Pronto”. La pusieron junto a otra mandada por las bataclanas del cabaret Marabú.
La exuberancia artística de Discépolo excedió el circuito de la música y se irradió hacia la dramaturgia, el cine, el periodismo y la militancia política, asociada a la explosión social del primer peronismo.
Nació en el barrio de Balvanera el 27 de marzo de 1901 y su hermano mayor, Armando, se convirtió en su temprano maestro por el fallecimiento de sus padres. Despertó su vocación por el teatro y así realizó Enrique sus primeras experiencias como actor y autor.
Sus primeras obras de teatro fueron «El señor cura», «El hombre solo» y «Día feriado»; en 1920 actuó en la obra Mateo, escrita por su hermano; y el 1925 compuso la música de su primer tango, el olvidado «Bizcochito».
Su incursión en el mundo de la canción fue desalentada por Armando, pero en la estructura formal de la música Discépolo encontró el mejor continente para la expresión de su obra, con su trazo desesperado y existencial.
Su segundo tango, «Que vachachacé», estrenado en 1925 por Olinda Bozán, en Montevideo, bajo una lluvia de silbidos, demoró en encontrar el éxito.
El público y la crítica recién lo descubrieron tras el suceso de «Esta noche me emborracho» (1928), presentado por Azucena Maizani en un teatro de revistas.
La obra de Discépolo incluyó dos tangos instrumentales; 19 de los que fue autor de letra y música; seis en los que aportó el texto y cuatro en colaboración. Sobresalieron «Chorra», «Victoria», «Yira yira», «Uno», «Cambalache» y «Soy un arlequín».
La decisión de Carlos Gardel de grabar casi todos sus primeros tangos, naturalmente, lo elevó y lo legitimó como compositor en una época fecunda de letristas, donde se afirmaba la corriente estética de de los melodistas, a la que no perteneció.
La obra de Discépolo mantuvo una importante autonomía con respecto a las búsquedas de los grandes autores del tango que le fueron contemporáneos: Enqique Cadícamo, Homero Manzi, Cátulo Castillo.
La grabación de «Yira yira» por Gardel (1930) importó su salto exponencial en su popularidad.
“El drama no es invento mío -explicó entonces-. Acepto que se me culpe del perfil sombrío de mis personajes, pero la vida es la única responsable de ese dolor. Yo no he vivido la letra de todas mis canciones, porque eso sería materialmente imposible, inhumano.
Pero las he sentido todas. Me he metido en la piel de otros y las he sentido en la sangre y en la carne. Brutalmente. Dolorosamente.», había dicho.
Las incursiones de Discépolo en el cine, como intérprete, director, guionista, o musicalizador, mermaron su producción de compositor de tangos. En el arte audiovisual se destacó “El hincha”, dirigida por Manuel Romero “guión del propio Romero, Julio Porter y Discépolo”, y protagonizada por Discépolo junto a Diana Maggi, Mario Passano y Renée Dumas.
Su compromiso con el peronismo lo llevó a la trinchera política. Creó el programa radial “Pienso y Digo lo que Pienso”, un diálogo a la distancia de Discépolo con “Mordisquito”, un personaje símbolo, que representaba al “contrera”, al que después rebautizaríamos “gorila”, al antiperonista imperturbable, en suma, al tipo que estaba en la vereda de enfrente y no reconocía absolutamente nada de todo lo bueno que estaba sucediendo en la Argentina. A él se dirigía, en el cierre de cada programa, con su frase símbolo: “¿A mí me la vas a contar?”
Discépolo era uno de los pocos artistas que, junto con Hugo Del Carril, Nelly Omar, Homero Manzi y algunos otros, Evita frecuentaba, bajo la mirada comprensiva y solidaria de Perón.
Lo llamaba “Arlequín” y solía invitarlo (a él solo, no la soportaba a Tania) a cenar en la residencia de Olivos o en la quinta de San Vicente. Esos ágapes era un fracaso pues ni él ni Evita prácticamente tocaban bocado. Charlaban, Evita le contaba del trabajo descomunal que estaba haciendo en favor de los pobres desde la Fundación. Y se intercambiaban fotografías de Los Toldos y de Parque Patricios, los lugares donde ambos habían nacido. Discépolo a veces se trenzaba en algún truquito con Perón que siempre lo dejaba ganar.
Hostigado y marginado, inclusive dentro del peronismo, Discépolo murió el 23 de diciembre de 1951, hace 67 años, en el departamento céntrico que compartía su compañera, Tania.
En su memoria, Aníbal Toilo y Homero Manzi alumbraron el tango «Discepolín».
Su letra reza: «Te duele como propia la cicatriz ajena/aquél no tuvo suerte y ésta no tuvo amor/La pista se ha poblado al ruido de la orquesta/se abrazan bajo el foco muñecos de aserrín…/¿No ves que están bailando?/¿No ves que están de fiesta?/Vamos, que todo duele, viejo Discepolín».