30 Años de la Muerte de Salvador Dalí.
El 23 de enero de 1989, el pintor Salvador Dalí falleció en el hospital mientras escuchaba su obra favorita: la ópera Tristán e Isolda de Wagner. Su salud iba en declive desde la muerte de su esposa, Gala, siete años atrás.
Tras conocerse la noticia, su ciudad natal, Figueres (Cataluña, España), decretó tres días de luto durante los cuales los habitantes pudieron visitar su capilla ubicada en Torre Galatea, donde él vivía.
Desde niño, Dalí mostró interés por el arte. A los 9 años ya conocía bien la obra de Goya, el Greco, Da Vinci, Durero, Velázquez y de manera particular, Miguel Ángel. Estudió en la Escuela Municipal de Dibujo en Figueres.
Ingresó a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. En dicha institución conoció y convivió con Luis Buñuel y Federico García Lorca. Por su provocativa personalidad, Dalí fue expulsado
Cuando estaba en la Residencia de Estudiantes de Madrid, Salvador Dalí inició su exitosa carrera. Regularmente producía obra en su habitación. En un principio pintaba cubismo, realismo y también hacia ilustraciones para revistas y libros. Tuvo contacto con los artistas surrealistas, a partir de que se conoció su obra, en 1928.
En ese período el pintor fue muy productivo, su reconocimiento se volvió mundial y su obra fue expuesta por primera vez en Nueva Yorken 1933. Expulsado del surrealismo en 1939, a pesar de eso no dejó de ser su máximo exponente.
Desde 1940 hasta 1948 vivió en Nueva York junto con su esposa Gala.
En 1948 regresó a España, fijando su residencia de nuevo en Port Lligat y hallando en el régimen del general Francisco Franco toda suerte de facilidades. El gobierno incluso declaró aquel rincón catalán que tanto fascinaba al pintor «Paraje pintoresco de interés nacional». Para muchos historiadores del arte lo mejor de su obra ya había sido realizado y, sin embargo, aún le quedaban cuarenta años de caprichosa producción y de irreductible endiosamiento y exhibicionismo, con apariciones públicas del estilo de la que protagonizó en diciembre de 1955, cuando se presentó en la Universidad de la Sorbona de París para dar una conferencia en un Rolls Royce repleto de coliflores.
En vida del artista incluso se fundó un Museo Dalí en Figueres; ese escenográfico, abigarrado y extraño monumento a su proverbial egolatría es uno de los museos más visitados de España.
Durante los años setenta, Dalí, que había declarado que la pintura era «una fotografía hecha a mano», fue el avalador del estilo hiperrealista internacional que, saliendo de su paleta, no resultó menos inquietante que su prolija indagación anterior sobre el ilimitado y equívoco universo onírico.
Descubrió el arte de la mixtificación y el simulacro, de la mentira, el disimulo y el disfraz antes incluso de aprender a reproducir los sueños con la exactitud de su lápiz.
Su longeva existencia, tercamente consagrada a torturar la materia y los lienzos con los frutos más perversos de su feraz imaginación, se mantuvo igualmente fiel a un paisaje deslumbrante de su infancia: Port Lligat, una bahía abrazada de rocas donde el espíritu se remansa, ora para elevarse hacia los misterios más sublimes, ora para corromperse como las aguas quietas.
Místico y narcisista, impúdico exhibidor de todas las circunstancias íntimas de su vida y quizás uno de los mayores pintores del siglo XX,
Salvador Dalí convirtió la irresponsabilidad provocativa no en una ética, pero sí en una estética, una lúgubre estética donde lo bello ya no se concibe sin que contenga el inquietante fulgor de lo siniestro.