Murió Kobe Bryant.

Publicado: 27 ene 2020
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Kobe Bryant voló muchas veces. En rectificados imposibles (amagando ir hacia un lado y cambiando rápidamente el balón de mano y de dirección) con los que evitaba los brazos de los pívots rivales. Pero también en su helicóptero, que él mismo pilotaba para escapar del tráfico irremediable de Los Ángeles, camino del entrenamiento o de los partidos.
Así fue ayer su último vuelo: un grupo de excursionistas en bici vió caer un helicóptero en Calabasas, entre los cañones que circundan el Oeste de Los Ángeles. La máquina perdió el control y se precipitó contra una zona pedregosa.
Después, se supo que Bryant era una de las ocho personas que iban dentro. También estaba Gianna, la hija del matrimonio formado por Kobe y Vanessa Laine, de 13 años y que había heredado la pasión por el baloncesto de su padre. Muchas de las últimas imágenes de la estrella de los Lakers habían sido en partidos a los que acudieron juntos y Gianna soñaba en jugar un día en UConn, el equipo universitario más prestigioso de EE.UU. Ambos iban a un entrenamiento en la academia que Bryant tiene en Thousand Oaks, una localidad cercana a Los Ángeles.
Ayer se disputaron varios partidos y hubo minutos de silencio y homenajes a uno de los jugadores más decisivos de la NBA del último cuarto de siglo. Bryant tuvo una mezcla de precocidad, genio, ambición y longevidad poco habituales en la NBA, en la que tuvo un papel protagonista durante veinte años. Rompió moldes desde su estreno: imitó a Kevin Garnett y se plantó en la liga profesional sin pasar por la universidad, a pesar de que se lo rifaban todas las universidades. Esa decisión era entonces muy poco habitual, nadie, con la excepción de Garnett, lo había hecho en las dos últimas décadas.
Después del colegio en las afueras de Filadelfia, fichar por la NBA a los 17 años fue la primera muestra de su personalidad arrolladora, que le traería también enemigos. Igual que lo fue casarse muy joven, a los 22 años, contra la opinión de su familia.
En la cancha, lo consiguió todo: cinco anillos de la NBA, título de MVP, récords de precocidad y de anotación, 18 veces All-Star…
Fue un jugador siempre al máximo, acusado de «morfón», de abusar de sí mismo (tiene también el récord de tiros fallados), pero que nunca se quitó la responsabilidad, el mejor para cuando suena la «chicharra».
Protagonizó una de las mejores duplas de la historia de este deporte junto a Shaquille O’Neal, que le dio tres campeonatos y con el que acabó peleado, y otra menos sonado, pero igual de efectiva, con Pau Gasol, que fue su amigo para siempre, para anotarse otros dos títulos.
Fue sobre todo diferente: hablaba italiano y español, le gustaba el fútbol europeo, se convirtió en el jugador más odiado pero se fue entre ovaciones, tuvo capítulos negros -le acusaron de violación en 2003- y ganó un Oscar por un corto de animación autobiográfico.
Él no se olvidó de su «mate del helicóptero», (cuando un jugador salta y mete el balón a través del aro con una o dos manos tocando el aro o colgándose, de arriba abajo y sin que la pelota esté suelta en el aire) que recreó dentro del sueño de un niño, como él, que amaba el baloncesto. Otro helicóptero acabó ayer con los sueños que le quedaban fuera de la canasta.