Se fue un cacho de Buenos Aires y algo más …
Ángel Espiño, padre de este periodista que escribe esta nota, fue uno de los pioneros entre los intermediarios dedicados a la transferencia de futbolistas en nuestro país. Y siempre se definió como «un artesano del fútbol». Arrancó su trayectoria a los 28 años, cuando pocos se dedicaban a este negocio, y llevó a San Lorenzo a Victorio Cocco, Sergio Villar, Ricardo Rezza y años después a José Luis Chilavert; también acercó a Vélez Sarsfield a los uruguayos Julio César Jiménez y Jorge González. A Boca Juniors arrimó a Mario Zanabria y Jorge Ribolzi. Anteriormente había participado en los pases de Carlos Bilardo y Mario Griguol en sus épocas de pantalones cortos. También gestionó la llegada de varios argentinos al fútbol español, sobre todo al Atlético Madrid. Se encargó de armar el Deportivo Mandiyú que se estrenó en Primera. Últimamente mantenía contactos con futbolistas uruguayos y brasileños y también con clubes del ascenso. Uno de sus últimos orgullos fue haber traído a Pablo Pintos de Uruguay a San Lorenzo. La palabra bastaba para este empresario futbolístico que evitaba las modernidades como los celulares o Internet y prefería el trato directo y los videos y las largas conversaciones de café con directivos. Hombre respetado en un medio complicado. Una infección tras una operación de vesícula derivó esta tarde en su fallecimiento, cuando tenía 76 años. Será velado en Escalada 768, mañana, miércoles, de 8 a 15 horas y luego sus restos serán trasladados al Cementerio de Paz Parque Colonial en Ituzaingó.