10 Años sin María Elena Walsh.

Publicado: 10 ene 2021
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La mujer que nació hace 90 años y murió hace una década, el 10 de enero de 2011, supo desde chica cómo descorrerse de los mandatos.

Se autoproclamó feminista cuando la palabra incomodaba y circuló espacios donde se debatía la opresión a las mujeres, mientras sus artículos, canciones y poemas fueron el refugio de la rabia, pero también el espacio desobediente para cantarle a la libertad.

Aunque ganó una enorme popularidad como autora de cuentos y rimas infantiles que influyeron en varias generaciones y que aún viven en la memoria de la gente – como “El Reino del Revés” o “Cuentopos de Gulubú” – María Elena fue mucho más que eso.

Nació el 1 de febrero de 1930, en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires. Estudió en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano de Buenos Aires, y desde los catorce años comenzó a publicar sus poesías en los periódicos La Nación, Los Anales de Buenos Aires, dirigido por Jorge Luis Borges, o Sur, de Victoria Ocampo.

A la edad de 17 años publicó su primer libro, Otoño imperdonable (1947), estableciéndose como una de las voces más importantes de su generación. El propio Pablo Neruda fue uno de sus primeros lectores ávidos.

Mercedes Sosa hizo que las letras de María Elena llegaran a lo más alto del repertorio nacional. Estas letras, interpretadas por la voz de “La Negra”, se convirtieron en símbolos de la cultura argentina. “Serenata para la tierra de uno” y “Como la cigarra” son piezas folclóricas que lograron unir a dos de los más grandes artistas nacionales.

Durante los años más oscuros de la historia reciente de nuestro país, escribió artículos como “Desventuras en la tierra del jardín de infantes” (1979), en el que comparó el régimen dictatorial de la Argentina con un jardín de infantes, a pesar de la falta de libertad de expresión.

En 1981 contrajo cáncer y tuvo que someterse a un largo tratamiento que duró hasta 1983, justo cuando la democracia regresaba a nuestro país. Fue una nueva etapa para la Argentina y también para María Elena, que a través de su arte trabajó por la restauración de la democracia en muchas áreas diferentes.

En la década de 1990 continuó publicando muchas obras como “Novios de antaño” (1991), una novela autobiográfica sobre la infancia en la infame década.

Entre 1997 y 2004 presentó sus libros infantiles: “Manuelita, donde vas”; “Hotel Pioho’s Palace” y “¡Cuánto cuento!” y en 2008 publicó su último libro: “Fantasmas en el parque”.

Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales: Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, Premio de Platino y Konex Honorífico en Literatura; Muy Distinguido del Premio Hans Christian Andersen del IBBY (Dinamarca), Premio Honorífico de la FNA; Doctor Honoris Causa de la Universidad de Córdoba, entre otros.

Falleció el 10. enero de 2011 en Buenos Aires, dejando un interminable legado de obras, poemas, libros y canciones que ya son parte integral de la memoria colectiva y un tesoro invaluable para la cultura nacional.

Es destacable en esta rica vida su «relación» en la escritura, con el fenómeno Eva Perón; ¿Quién que no fuese peronista podía sopesar esa complejidad y valorarla desde otra piel? ¿Desde su propio género con una sensibilidad superior y otra condición de clase?

Fue María Elena Walsh, hija legítima y acunada con amor y arte, adolescente heterosexual e introvertida, lesbiana y feminista brillante en su adultez. María Elena pudo sedimentar rencores y diferencias para redescubrir a Eva sin amaneramientos ni afectaciones, nada menos que en 1976.

En un poema maravilloso asoma el sesgo de clase cuando María Elena la califica como “fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia”, que no le permite apreciar mejor lo que Evita no hacía por caridad sino por justicia social, le reconoce entre mujeres el sitial de “única reina que tuvimos” las reas, las monjas, las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten.

 

 

A continuación se transcribe el poema Eva, que María Elena Walsh dedicó a Eva Perón y que aparece en el volumen Canciones contra el mal de ojo (1976).

Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.

Sombríos machos de corbata negra
sufrían rencorosos por decreto
y el órgano por Radio del Estado
hizo durar a Dios un mes o dos.

Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla
y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.

Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado,
rajado en serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona
El Líder, Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla «amémonos».

Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte más muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas,
visones ofrendados por el pueblo,
sandalias de oro, sedas virreinales,
vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando
venganza en sótanos y con picana.

Y el amor y el dolor que eran de veras
gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos,
Madrecita de los Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lagrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro
mientras te maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas
pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre
sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron
esta leyenda, ni me la robaron.

Días de julio del 52
¿Qué importa donde estaba yo?

II
No descanses en paz, alza los brazos
no para el día del renunciamiento
sino para juntarte a las mujeres
con tu bandera redentora
lavada en pólvora, resucitando.

No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?

Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.

Cuando los buitres te dejen tranquila
y huyas de las estampas y el ultraje
empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
única reina que tuvimos, loca
que arrebató el poder a los soldados.

Cuando juntas las reas y las monjas
y las violadas en los teleteatros
y las que callan pero no consienten
arrebatemos la liberación
para no naufragar en espejitos
ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas, como vos tuviste,
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta
aunque nos amordacen con cañones.